Juan P. Vitali
24-12-2008
Es pecado en la Navidad de hoy pensar cómo habrán sido las Navidades de los conquistadores, de los combatientes, de los que nos dieron su sangre para que nuestra Patria viva.
Es pecado mortal pensar en el sacrificio de nuestros antepasados, mientras Papá Noel, Santa Claus o como se llame el señor gordo que lleva los colores de la Coca Cola, reparte los regalos que las tarjetas plásticas de la clase media todavía pueden comprar.
Es pecado pensar en Cristo o en solsticios, adentrarse en cavilaciones espirituales o en reuniones familiares o comunitarias, que son después de todo fiestas antidemocráticas de comunidades cerradas, enemigas acérrimas de la felicidad universal que los derechos humanos progresistas nos ofrecen mediante todo el ruido, el sexo y la droga, que seamos capaces de soportar.
Es pecado cualquier fuego ritual que no sea el de algún incendio ocasional causado por la pirotecnia.
Es pecado pensar en el destino de Occidente, de sus pueblos, de sus naciones.
Es pecado no ponerle precio a la Navidad, no alcoholizarse, abandonar por un día la electrónica y sentir en la sangre algo más que la náusea del último Occidente.
Es pecado pensar cómo habrá sido la Navidad en las bodegas y en las cubiertas de los barcos que hacían la travesía al mundo allende los mares, donde los hidalgos cultivaban el último acero del Imperio. Es pecado pensar en los hidalgos, ahora que un señor gordo vestido con paños rojos nos brinda una feliz navidad anglosajona llena de alegres rostros que hablan en inglés.
Es pecado una Navidad hecha de cruces, de fuegos renovados, de canciones en los claustros y de jarros vacíos de camaradas cantando viejas canciones, antes de atravesar selvas y desiertos para abrir las puertas de la tierra, y que rija los destinos del mundo el idioma castellano, y que la sangre de España pese más que cualquier otra, en cualquier lugar de la tierra, llámese Flandes, Filipinas o las Indias.
Es pecado una Navidad de mesnadas y caudillos, pero sabemos que en cada sitio del orbe, donde haya regado el suelo nuestra sangre, la Navidad será verdadera resurrección.
La única Navidad es la Navidad de la Estirpe, la otra navidad, que se la quede Santa Noel, Papá Claus o como se llame, el repugnante gordo al que el mundo rinde culto, como auténtico representante de las empresas multinacionales y los banqueros.
¡Y ahora que aclaramos de qué está hecho nuestro vino navideño, podemos brindar como hermanos!
Fuente
www.elmanifiesto.com
24-12-2008
Es pecado en la Navidad de hoy pensar cómo habrán sido las Navidades de los conquistadores, de los combatientes, de los que nos dieron su sangre para que nuestra Patria viva.
Es pecado mortal pensar en el sacrificio de nuestros antepasados, mientras Papá Noel, Santa Claus o como se llame el señor gordo que lleva los colores de la Coca Cola, reparte los regalos que las tarjetas plásticas de la clase media todavía pueden comprar.
Es pecado pensar en Cristo o en solsticios, adentrarse en cavilaciones espirituales o en reuniones familiares o comunitarias, que son después de todo fiestas antidemocráticas de comunidades cerradas, enemigas acérrimas de la felicidad universal que los derechos humanos progresistas nos ofrecen mediante todo el ruido, el sexo y la droga, que seamos capaces de soportar.
Es pecado cualquier fuego ritual que no sea el de algún incendio ocasional causado por la pirotecnia.
Es pecado pensar en el destino de Occidente, de sus pueblos, de sus naciones.
Es pecado no ponerle precio a la Navidad, no alcoholizarse, abandonar por un día la electrónica y sentir en la sangre algo más que la náusea del último Occidente.
Es pecado pensar cómo habrá sido la Navidad en las bodegas y en las cubiertas de los barcos que hacían la travesía al mundo allende los mares, donde los hidalgos cultivaban el último acero del Imperio. Es pecado pensar en los hidalgos, ahora que un señor gordo vestido con paños rojos nos brinda una feliz navidad anglosajona llena de alegres rostros que hablan en inglés.
Es pecado una Navidad hecha de cruces, de fuegos renovados, de canciones en los claustros y de jarros vacíos de camaradas cantando viejas canciones, antes de atravesar selvas y desiertos para abrir las puertas de la tierra, y que rija los destinos del mundo el idioma castellano, y que la sangre de España pese más que cualquier otra, en cualquier lugar de la tierra, llámese Flandes, Filipinas o las Indias.
Es pecado una Navidad de mesnadas y caudillos, pero sabemos que en cada sitio del orbe, donde haya regado el suelo nuestra sangre, la Navidad será verdadera resurrección.
La única Navidad es la Navidad de la Estirpe, la otra navidad, que se la quede Santa Noel, Papá Claus o como se llame, el repugnante gordo al que el mundo rinde culto, como auténtico representante de las empresas multinacionales y los banqueros.
¡Y ahora que aclaramos de qué está hecho nuestro vino navideño, podemos brindar como hermanos!
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www.elmanifiesto.com
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