28 de julio de 2015

¿Quiénes se oponen realmente a la globalización?


Contra el altermundialismo de izquierdas (1)
El antiglobalismo de derechas 

Es en la derecha donde se reúne la respuesta populista a las oligarquías transnacionales. Es en la derecha donde las tradiciones se oponen a la sociedad global sin raíces.

MARCELLO VENEZIANI
por Diego L. Sanromán
27 de julio de 2015

Ideológicamente, el movimiento antiglobalización, altermundista o como se tenga a bien designarlo conforma un espacio de geometría fluida, difusa y difícil de aprehender. Sus delimitaciones internas son variables, móviles y, en ocasiones, renuentes a su inclusión en los esquemas de la teoría política tradicional. Sea como fuere, lo cierto es que la derecha populista y nacionalista también parece haber encontrado su hueco en la confusión, y la promiscuidad en lo ideológico ha dado vida a extraños híbridos que —al menos en apariencia— contienen genes procedentes de tradiciones políticas enfrentadas: habrá así quienes, a veces con unos escrúpulos semánticos más bien escasos, no duden en reconocerse como nacional-bolcheviques, nacional-ecologistas, ecologistas patrióticos o incluso nacional-anarquistas. Lo que es más: será justamente desde estas posiciones desde las que se afirme la incapacidad de los izquierdistas —internacionalistas donde los haya— para hacer frente al proceso globalizador, pues, al fin y al cabo —se dirá—, lo que la izquierda altermundista pretende no es poner freno a dicho proceso, sino invertir su sentido.


Génova-Contracumbre del G8, 2001 (Efe)
"...cuanto más extremistas y violentos son,
más internacionalistas y antitradicionales resultan..."
Es el caso de Marcello Veneziani, autor de La Rivoluzione conservatrice in Italia, cuando pregunta: «¿Dónde están entonces los verdaderos enemigos de la globalización?». Y responde: «Están en la derecha, queridos amigos. Allí, no sólo desde hoy, se combate el mundialismo y el internacionalismo, la muerte de las identidades locales y nacionales. Si es verdad, como sostienen muchos pensadores, que la próxima alternativa será entre el universalismo y el particularismo, entre globalidad y diferencias, entre cosmópolis y comunidad, entonces el antagonista de la globalización está en la derecha. Con los conservadores y los nacionalistas, con los tradicionalistas y los antimodernos, pero también en el ámbito de la Nueva Derecha de Alain de Benoist, y de los movimientos localistas y populistas». La derecha, según Veneziani, estaría constitutivamente preparada para enfrentarse a una globalización a la que considera un mal en sí misma, en tanto que el sector izquierdista del movimiento, más vistoso y aparentemente más radical, se empeñaría únicamente en denunciar el hecho de que los beneficios económicos de la globalización no alcancen a toda la humanidad. El frente de combate de los primeros se encontraría en la defensa de las tradiciones populares y de las identidades culturales arraigadas; el de los segundos, en la lucha por la extensión de los «derechos humanos». Veneziani lo deja claro en este fragmento y Alain de Benoist no duda en presentar el etnopluralismo neoderechista como la única respuesta antropológicamente veraz —o fundada— a la globalización capitalista. Frente a la multitud espinosiano-negriana, los pueblos; contra la dispersión informe del bougisme [de la movida a ultranza], el firme asentamiento en las propias raíces culturales.

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El antiglobalismo de derecha 
Marcello Veneziani

Si te fijas en ellos, los anti-G8 son la izquierda en movimiento: anarquistas, marxistas, radicales, católicos rebeldes o progresistas, pacifistas, verdes, revolucionarios. Centros sociales, monos blancos, banderas rojas. Con el complemento iconográfico de Marcos y del Che Guevara. Luego te das cuenta de que ninguno de ellos pone en cuestión el Dogma Global, la interdependencia de los pueblos y de las culturas, el melting pot y la sociedad multirracial, el fin de las patrias. Son internacionalistas, humanitarios, ecumenistas, globalistas. Es más: cuanto más extremistas y violentos son, más internacionalistas y antitradicionales resultan.

Manifiesto Comunista
"un elogio total de la globalización"
O sea, que cuanto más se oponen a la globalización, más comparten su meta final. Por lo demás, el Manifiesto de Marx y Engels [Nada que ver con este periódico… N. de la Red.] es un elogio total de la globalización, a cargo de la burguesía y del capital, que rompe los vínculos territoriales y religiosos, étnicos y familiares, y libera de la tradición. Y en anteriores cumbres, los presidentes de los países más industrializados eran casi todos de tendencia progresista y provenían de mayo del 68, desde Clinton a nuestros propios líderes, que soñaban con transformar el G8 en un coalición de izquierdas planetaria. Todos optimistas del G8.

¿Dónde están entonces los verdaderos enemigos de la Globalización? Están en la derecha, queridos amigos. Allí, no sólo desde hoy, se combate el mundialismo y el internacionalismo, la muerte de las identidades locales y nacionales. Si es verdad, como sostienen muchos pensadores, que la próxima alternativa será entre el universalismo y el particularismo, entre globalidad y diferencias, entre cosmópolis y comunidad, entonces el antagonista de la globalización está en la derecha. Con los conservadores y los nacionalistas, con los tradicionalistas y los antimodernos, pero también en el ámbito de la nueva derecha de Alain de Benoist, y de los movimientos localistas y populistas.

Hay una rica literatura de derechas que hace tiempo critica radicalmente la globalización y sus consecuencias: el dominio de la técnica y de la economía financiera en detrimento de la política y de la religión. Es en la derecha donde se reúne la respuesta populista a las oligarquías transnacionales. Es en la derecha donde las tradiciones se oponen a la sociedad global sin raíces. Es en la derecha donde se teme la imposición de un pensamiento único y de una sociedad uniforme, y se denuncia la globalización como un mal en sí mismo; mientras, en la izquierda se denuncia que la globalización no extiende sus beneficios económicos a la humanidad sino sólo a unos pocos. O sea, no se denuncia su efecto de desarraigo sobre las culturas tradicionales y sobre las identidades, sino sólo que no vaya unida a la globalización de los derechos humanos.

En la reunión celebrada en Génova (2) se consumó, así pues, una paradoja: unos pocos hombres de derechas, entre agricultores, artesanos y tradicionalistas, se opusieron al G8 de modo débil y marginal pero con propósitos fuertes y radicales. Y mucha gente de izquierdas se opuso de modo vistoso y radical a una globalización que en el fondo comparten. En Génova la maldición de Colón golpeó a la inversa: él zarpó para las Indias y descubrió América, éstos sueñan con un mundo nuevo pero descubren las viejas Indias.


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(2) Se refiere a las actividades organizadas por el movimiento antiglobalización del 19 al 22 de julio de 2001 (Contracumbre del G8) como respuesta a la reunión del G8 en Génova en esos días.

22 de julio de 2015

La «crisis griega», vista desde Grecia


Vista desde Grecia, lo único que la crisis griega tiene de “griega” es el nombre. Se trata de una situación en la que se encuentran en juego intereses estratégicos cuyo alcance va mucho más allá de los Balcanes y que actúa como una trampa en la que han caído los principales dirigentes de la Unión Europea. Ya que, si en efecto se trata de un rejuego geopolítico, las reacciones de Alemania y de sus aliados van a volverse contra ellos mismos y contra todos los europeos.

«No moriremos por Dantzig», decían los franceses hace 70 años. «No pagaremos por los griegos», dicen hoy los alemanes. Y si en 70 años la fuerza del dinero reemplazó, en Europa, la fuerza de las armas, el resultado no es menos mortal para los pueblos. Tampoco es, a fin de cuentas, menos autodestructiva.

El ataque contra Grecia iniciado por poderosas fuerzas «geoeconómicas», las del capital financiero totalmente liberado de toda forma de control, de un Imperio del Dinero en gestación, reviste a nivel mundial una importancia enorme, que sobrepasa ampliamente la dimensión de ese pequeño país. Es la primera de una serie de batallas que decidirán el futuro de los Estados y de los países europeos, el del ideal de una Europa unida, independiente, social, la de nuestra democracia y nuestra civilización. La interrogante a la que hoy se trata de responder, en Grecia, es saber quién va a pagar la deuda acumulada de la economía mundial, incluyendo la deuda vinculada al salvamento –en 2008– de los grandes bancos.

¿La pagarán los pueblos de los países desarrollados, aunque ello implique la supresión de los derechos sociales y democráticos conquistados a lo largo de 3 siglos de lucha, en otras palabras, sacrificando la civilización europea? ¿La pagarán otros países? ¿La pagaremos destruyendo el medio ambiente? ¿Prevalecerán los bancos ante los Estados o sucederá lo contrario? ¿Logrará Europa dominar nuevamente ese monstruo que es el capital financiero totalmente desregulado, reinstaurando una regulación de los flujos de capitales, en el marco de un proteccionismo razonable y de una política de crecimiento, contribuyendo a la construcción de un mundo multipolar, dando así un ejemplo de envergadura mundial? ¿O bien, sucumbirá Europa en medio de implacables conflictos internos, consolidando el papel dominante –aunque hoy vacilante– de Estados Unidos y quizás mañana el de otras potencias, o quizás incluso de totalitarismos, a nivel mundial o regional?

La crisis griega

Los gobiernos europeos y su Unión, que han dedicado sumas colosales al salvamento de los bancos, imponen a Grecia la adopción de medidas que implican la mayor regresión de toda la historia de ese país, exceptuando únicamente el paréntesis de la ocupación alemana, de 1941 a 1944, hundiéndola además en la mayor recesión que ese país haya conocido en varias décadas, privándola por tiempo indeterminado de toda perspectiva de crecimiento. Lo cual puede, además, hacer simplemente imposible el pago de su deuda, o sea corriendo el riesgo de convertir a Grecia en una especie de Lehman Brothers en la nueva fase de la crisis mundial iniciada en 2008.

Hemos llegado a un punto en que el Banco Central Europeo presta a los bancos a una tasa de interés de 1% para que estos le presten a Grecia a tasas de 6 o 7%. Al mismo tiempo, los gobiernos europeos se niegan a aceptar la emisión de las euro-obligaciones que podrían ayudar a normalizar las tasas que paga el Estado griego.

Alemania contra Europa

Hace 20 años, el primer acto de la Alemania recientemente reunificada, alcanzando su plena «mayoría estratégica», fue dar el tiro de gracia a la Yugoslavia multinacional y federal, imponiendo a sus socios el reconocimiento de las diferentes Repúblicas que la componían. El resultado fue, en primer lugar, una serie de guerras que sembraron la ruina y la muerte en los Balcanes, pero sin resolver ninguno de sus problemas. Otros resultados fueron la temprana muerte de la balbuceante política exterior y de defensa de la Unión Europea así como el solemne regreso de Estados Unidos a su papel de amo absoluto del sudeste europeo.

Pero todo eso parecerá un simple delito en comparación con lo que puede pasar ahora por causa de la miopía de Berlín y de la manera dogmática, extremadamente egoísta, en que defiende las reglas de Maastricht, dispuesto –según parece– a sacrificar uno o varios de sus socios, incluso pertenecientes al «núcleo duro» de la Unión Europea, la Eurozona, hundiéndolos en el desastre económico y social.

Hoy en día, lo que está en juego con la crisis «griega», con la crisis «española», con la crisis «portuguesa» o con cualquier otra crisis que pueda aparecer mañana, no es solamente la política común europea, ni el destino de los Balcanes. Es el ideal mismo de la Europa unida lo que está al borde de la desaparición, y con ello su moneda común, como ya han señalado los políticos y analistas económicos más brillantes, tanto en Europa como a escala internacional.

Si bien en 1990-91, la política alemana sentó… el papel de Estados Unidos en el sudeste de Europa, la política alemana actual conduce a la consolidación de su papel hegemónico, hoy debilitado no sólo en la escena europea sino a nivel mundial. Y al mismo tiempo priva a Europa de la posibilidad de desempeñar, basándose en sus ideas y su civilización, un papel de vanguardia en la tan necesaria revisión del sistema mundial. Errores históricos de tan enorme envergadura no carecen de precedentes en la historia de Alemania. Berlín sobrestima hoy su poderío económico, exactamente de la misma manera como sobrestimó su poderío militar en los años 1910 y 1930, contribuyendo así a la destrucción de Europa –y a su propia destrucción– durante las dos Guerras Mundiales.

La instauración de la moneda única y el modo de funcionamiento de la Unión Europea han sido provechosos principalmente para Alemania, que sin embargo se niega a «abrir su cofre» para ayudar a sus socios en dificultades. Alemania no defiende a Europa, en el plano exterior, de los ataques bancos internacionales bajo control de los anglo-estadounidenses, ni de los ataques del capital financiero, designados eufemísticamente como «los mercados». Tampoco defiende a Europa en el plano interno, no sólo porque se niega a prestar ayuda a un supuesto socio, en este caso a Grecia, sino además porque incluso insulta a ese país, a través de una campaña sádica y racista de los medios de prensa alemanes, ¡precisamente cuando ese país enfrenta graves dificultades!

Alemania y Maastricht

Alemania tiene razón cuando sostiene que, al actuar así, está defendiendo las reglas de Maastricht, que prohíben todo tipo de solidaridad y de ayuda entre los miembros de la Unión Europea e imponen, para la eternidad, una política monetaria que no existe en ninguna otra parte del mundo.

Esas reglas son las que convienen a los intereses alemanes, al menos tal y como los conciben los medios dominantes de Berlín, y sobre todo a los intereses de los bancos y más generalmente de los grandes propietarios del capital financiero. Las reglas de Maastricht garantizan sus ganancias, como también lo hace el régimen de liberalización total de los intercambios de capitales y mercancías, reglas que prohíben explícita o implícitamente a los europeos la práctica de una política inflacionista, keynesiana, anticíclica, cuando pudiese resultar necesario, pero que también les prohíbe defenderse contra el antagonismo económico exterior, venga de Estados Unidos o de China.

Sin embargo, al afirmar, con toda razón, que su política actual se basa en el tratado de Maastricht, texto que hay que respetar como si fuese el Evangelio, Berlín revela, sin querer, el carácter monstruoso del actual edificio europeo. No hace falta ser economista, basta el simple sentido común, para entender que ninguna unión entre personas, pueblos, Estados, o lo que sea, puede durar mucho si se basa en… ¡prohibir la solidaridad entre sus componentes!

Si los pueblos de Europa aceptaron la idea de la unificación europea no fue para encaminarse a la ruina. La aceptaron para obtener más garantías de seguridad y de prosperidad. Al negar a sus socios la ayuda que necesitan, los dirigentes alemanes deslegitiman, en gran medida, tanto el ideal de la Europa unida como el de la moneda única, así como su propia ambición de encabezar esa Europa. ¿De qué sirve una Unión que moviliza todo sus medios para salvar a los bancos que provocaron la crisis de 2008 pero que se niega a salvar un pueblo europeo amenazado por esos mismos bancos, anteriormente salvados del naufragio gracias al dinero de los fondos públicos?

La única razón que hace que los miembros de la eurozona afectados por la crisis se mantengan aún en ella es su temor por las consecuencias que podría tener su salida (y ciertos intereses de sus clases dirigentes). Pero, ¿por cuánto tiempo bastará esa razón, sobre todo ante una posible agravación de la crisis económica que transformará amplias zonas de Europa en una especie de Latinoamérica? Al igual que en el siglo XX, Alemania pagará de nuevo, ella también, el precio de su egoísmo. Políticamente, porque su propio papel se verá socavado. Económicamente, porque su actitud ahogará a los compradores de sus productos. Pero es muy posible que sólo se dé cuenta de ello cuando ya sea demasiado tarde.

La crisis griega como crisis de la eurozona

Es casi evidente que la crisis griega no está relacionada únicamente, ni siquiera fundamentalmente, con los problemas internos bastante importantes del país, con la debilidad de su Estado y de su sistema político, fuente de una extensa corrupción. Esos problemas, así como el hecho que Grecia invierte sumas colosales para defenderse de una Turquía negacionista, son sin embargo factores que determinan la forma, el momento de aparición de esta crisis y la capacidad del país para enfrentarla. Pero no son la causa, como lo prueba la crisis en España, en Portugal y también en otros países.

En Grecia puede tomar el aspecto de una crisis de la deuda pública y en España el de una crisis del endeudamiento privado. El hecho es que la crisis está en todas partes. Lo que refleja es la incapacidad a largo plazo de los países más débiles de la Unión para enfrentar, por un lado, una política monetaria diseñada en función de los intereses de Alemania y de los bancos internacionales, así como la supresión de toda barrera de protección externa de la eurozona.

El funcionamiento «interno» de la moneda única conduce, a falta de mecanismos compensatorios, a una transferencia permanente de la plusvalía del sur de Europa hacia el norte. El funcionamiento «externo» de la eurozona, que voluntariamente se prohíbe a sí misma todo tipo de protección contra la competencia estadounidense y china, y toda política industrial y social, toda armonización, conduce a la degradación de la capacidad europea de producción en el conjunto de la Unión, comenzando por los países más débiles. La industria griega, por ejemplo, se traslada del norte de Grecia hacia los Balcanes y los turistas abandonan el país donde impera una moneda cara –el euro– para irse al litoral turco.

El problema va a empeorar con el fin, dentro de poco, de las políticas de cohesión. Es evidente que el problema estructural griego ha acentuado la situación y puesto a Grecia en medio de la crisis europea, pero ese problema no creó la crisis de la Unión. El sur de Europa no es la única región que enfrenta esos problemas. Francia, país central y metropolitano, corazón político de Europa, si se considera que Alemania es el corazón industrial, también los ha detectado y tiene que enfrentarlos. Esos problemas dieron origen al rechazo del pueblo francés a la Constitución europea propuesta en 2005. Desde entonces, importantes intelectuales franceses han resaltado el callejón sin salida al que se encamina la eurozona. Por ejemplo, Emmanuel Todd, Jacques Sapir, Bernard Cassen y ATTAC, así como Maurice Allais, por citar sólo algunos, subrayan que es imposible que una Europa productiva y social logre sobrevivir sin adoptar algún tipo de proteccionismo.

La obstinación en las reglas de la eurozona, bajo su forma actual, conduce al totalitarismo, estima Emmanuel Todd. Europa va derecho a la catástrofe con el sistema ultraliberal de intercambio y la supresión, por las autoridades de Bruselas, de la preferencia comunitaria. Hasta ahora, las ideas de reforma de la eurozona no se podían aplicar, por falta de voluntad política. Sería una tragedia para el pueblo griego que, debido, entre otras cosas, a la manera como el sistema político griego y una élite política en plena degeneración administran el país, ese pueblo tuviese que vivir una catástrofe como precio de la energía necesaria para una reforma del euro, que –si finalmente tuviese lugar–llegaría demasiado tarde para Grecia.

Economía y geopolítica

En cuanto a la dimensión geopolítica del problema, los dirigentes alemanes no parecen haber sacado ninguna enseñanza de su propia historia, o sea recordar que durante las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial fueron incapaces de obtener las ganancias esperadas de sus progresos científicos y tecnológicos. El capitalismo de casino engendrado por la desregulación de estas últimas décadas, y que ellos mismos aceptaron de manera interesada y caracterizada por una total ausencia de perspicacia estratégica, es un engendro anglo-estadounidense. ¡Ningún jugador, por muy bueno que sea, puede ganarle al dueño del casino! Tenemos derecho a preguntarnos si existe algún plan estratégico tras la crisis actualmente desatada, no sólo en relación con la deuda griega sino también contra el euro, precisamente cuando esta moneda estaba a punto de convertirse en una divisa mundial.

Sobre todo teniendo en cuenta, como ahora sabemos, que Goldman Sachs estaba detrás del ataque contra Grecia y contra el euro. Escudándose tras el tratado de Maastricht, en una Europa-«dictadura de los bancos» los alemanes se aprovecharon ciertamente de su supremacía económica, pero a la vez permitieron la instalación de una enorme trampa potencial, que acaba de ser activada, contra la Europa unida. Era de esperar, además, que las cosas evolucionaran en ese sentido cuando vemos, por ejemplo, que el arquitecto de la política monetaria no es otro que… el hombre de Goldman Sachs, Otmar Issing, otro más –es justo señalarlo– entre los tantos miembros de la vasta red de influencias de ese banco en Europa. Es posible, por consiguiente, que hoy estemos siendo testigos del desarrollo del plan estratégico que integra la geopolítica y la geoeconomía en la arquitectura del tratado de Maastricht.

La crisis estaba inscrita en el tratado mismo con dos posibles resultados: la transformación de Europa en estructura totalitaria y sometida o su disolución en componentes, con la variante de mantenerla, en todo caso, en un estado de desgarramiento provocado por sus problemas internos que le impida obtener su autonomía en relación con Estados Unidos e imponer reglas al capital financiero mundial. La política de Berlín parece basarse en la esperanza de sacar de la globalización más provecho que si reclamase, en nombre de una Europa reformada, un estatus de igualdad con Estados Unidos en el marco de un mundo multipolar con flujos reglamentados de mercancías y capitales. Y es así precisamente porque Berlín tiene todavía en mente las derrotas sufridas cuando corrió tras la hegemonía europea y mundial. Pero, al mismo tiempo, parece olvidar que la globalización se halla bajo el dominio del sector financiero y del crédito, y no de la industria, que constituye el punto fuerte de Alemania, país que a fin de cuentas corre el riesgo de encontrarse nuevamente en la misma situación que conoció hacia el final del «gran» siglo liberal, justo antes de la Primera Guerra Mundial.

Los dirigentes alemanes quizás piensan que una «expulsión» o una salida forzosa de Grecia de la eurozona sería una solución que, por un lado, «serviría de escarmiento» a los demás miembros de la Unión y reforzaría, por otro lado, la homogeneidad de un núcleo duro europeo que parece haberse «ablandado». La idea de una «Europa desigual» y en círculos homocéntricos, como la que había formulado Karl Lammers, sigue siendo muy popular en Alemania. El problema es que los círculos finalmente podrían resultar heterocéntricos.

Es evidente que para Grecia, pero también para otros miembros de la eurozona, el problema se planteará por sí solo y todo indica que eso ocurrirá más pronto que lo previsto. Para Grecia y otros países, mantenerse en la eurozona sólo tendría sentido si dicha zona se reformara muy rápida y profundamente. Pero no es nada seguro que la retirada de uno o de varios países reporte a Alemania las ventajas que esta espera.

Al perseverar en esa política, Berlín corre el riesgo de provocar una crisis muy grave, tanto en la eurozona como en la Unión Europea. Y provocará, al mismo tiempo, una importante derrota estratégica de Europa en el este del Mediterráneo, contribuyendo así a concretar el objetivo estratégico central de Estados Unidos en la región, o sea la constitución de una zona de influencia estadounidense y turca que se extendería desde el Mar Adriático hasta el Cáucaso y Chipre.

Esa zona, siguiendo la visión de la «ocupación del centro» del «tablero estratégico» planteada por [el ex consejero estadounidense de Seguridad Nacional] Brzezinski, se interpondría entre Europa y los hidrocarburos del Medio Oriente y también entre Rusia y los «mares cálidos». Sería además parte de la Unión Europea. En otras palabras, sería uno de los centros de una Eurasia dominada por Estados Unidos, una herramienta al servicio de la «parálisis estratégica» de Europa y una base de «contención» contra Rusia.

En Europa deberíamos saber –pero dudo que alguien quiera saberlo–, desde los famosos informes de Wolfowitz y de Jeremia que cristalizaron la estrategia post-guerra fría de Estados Unidos, que el objetivo estratégico de Washington es impedir el surgimiento de fuerzas que pueden hacerle frente y para evitarlo aplica políticas destinadas a impedirlo desde ahora, programando cuando es posible la aparición de crisis o creando obstáculos que impiden colaboraciones o alianzas entre diversos polos del sistema internacional.

Hay un caso en el que Alemania entendió esto perfectamente. Fue cuando ella misma decidió construir el gasoducto North Stream para conectarse directamente con Rusia. Pero, en general, Alemania sigue siendo estratégicamente ciega.

Dimitris Konstantakopoulos
11 DE JULIO DE 2015

Fuente:  RED VOLTAIRE

18 de julio de 2015

Comienza el gran saqueo

Paul Craig Roberts

El siguiente artículo, escrito por ex funcionario del Tesoro de Estados Unidos durante la época Reagan, el Dr. Paul Craig Roberts, resulta de lo más revelador sobre lo que estamos viendo en Grecia y los planes de las élites económicas globales.

Resulta muy curioso el punto de vista que da sobre lo sucedido en Grecia y sobre los partidos de izquierdas en general en todo el mundo, teniendo en cuenta de que es un conservador norteamericano…




“SOMOS TESTIGOS DEL JAQUE MATE DE LAS ÉLITES”


Los griegos han sido derrotados. El primer ministro ha traicionado a su pueblo.
Lo ha visto todo el mundo: Syriza se ha rendido a los “agentes del 1%”, las élites económicas.
El mensaje que nos trae este colapso de Syriza, es que el sistema de bienestar social de todo Occidente será desmantelado.
Comienza el gran saqueo.

Alexis Tsipras

El primer ministro griego Alexis Tsipras, ha acordado que el 1% más rico saquee al pueblo griego y le arrebate todos los avances en bienestar social que los griegos alcanzaron en el siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial. Se acabaron las pensiones y la atención de salud para los ancianos.

Por lo visto, el 1% “necesita” el dinero.

Las islas griegas, los puertos, las empresas de suministro y gestión del agua, los aeropuertos, todo el rico patrimonio nacional, serán vendidos a ese 1% privilegiado. Y se lo venderán a precios de ganga, por supuesto, casi regalado. Eso sí, las facturas del agua para el pueblo, no serán precisamente gangas.

Grecia en venta

Esta es la tercera ronda de la austeridad impuesta a Grecia, una austeridad que ha requerido de la complicidad de los propios gobiernos griegos. En realidad, los acuerdos de austeridad sirven para encubrir el saqueo del pueblo griego y robárselo, literalmente, todo.

El FMI es un miembro de esa Troika que impone la austeridad, a pesar de que ahora los economistas del FMI hayan dicho que “las medidas de austeridad han demostrado ser un error”. La economía griega ha sido definitivamente destruída por la austeridad. Por lo tanto, la deuda de Grecia ha aumentado como una carga y cada ronda de austeridad hace que la deuda se más imposible de pagar.

Pero la evidencia de lo que ha sucedido, no importa. Cuando el 1% se dedica a saquear, la verdad no tiene ningún interés.

Una de las cosas más graves que hemos visto es que la democracia griega ha demostrado ser totalmente impotente. El saqueo ha salido adelante, a pesar de que el pueblo votara en su contra hace una semana. Y lo que hemos podido comprobar tras este referéndum de Grecia, es que Alexis Tsipras es un primer ministro electo que no representa al pueblo griego, sino a los intereses del 1%.

Tras lo sucedido, el suspiro de alivio de esa élite del 1%, se ha podido escuchar en todo el mundo. El último partido de izquierdas de Europa, (o lo que se hace pasar como izquierda), ha sido arrodillado, al igual que el Partido Laborista de Gran Bretaña, el Partido Socialista Francés, y todos los partidos similares de Europa.

Sin una ideología firme que la pueda sostener, la izquierda europea ha muerto, al igual que ha sucedido en EEUU con el Partido Demócrata.

Con la muerte de estos partidos políticos, el pueblo ya no tiene voz. Y un gobierno en el que el pueblo, las personas de la calle, no tienen voz, ya no es una democracia. Esto es algo que podemos ver claramente en Grecia. Una semana después de que el pueblo griego se expresara de manera decisiva en un referéndum, su gobierno los ignora y se humilla servilmente a ese 1%.

El Partido Demócrata estadounidense murió con la deslocalización de los puestos de trabajo, que destruyó la base financiera del partido en los sindicatos obreros. La izquierda europea murió con la caída de la Unión Soviética.

La Unión Soviética era un símbolo de que existía una alternativa socialista al capitalismo. El colapso soviético y el “fin de la historia” privó a la izquierda de un programa económico y dejó a la izquierda, sobretodo en Estados Unidos, solo centrada en los “problemas sociales”, como son el aborto, el matrimonio homosexual, la igualdad de género y el racismo, lo que socavó el apoyo tradicional de izquierdas a la clase obrera. La lucha de clases desapareció del escenario, se diluyó en una guerra entre heterosexuales y homosexuales, negros y blancos, hombres y mujeres.

Hoy en día, cuando los pueblos occidentales se enfrentan a un nuevo modelo de servidumbre y cuando el mundo se enfrenta al espectro de una posible guerra nuclear como consecuencia de la creencia de los neoconservadores norteamericanos de que EEUU es “el pueblo elegido por la historia” para ostentar la hegemonía mundial, la izquierda estadounidense, por poner un ejemplo, está ocupada en su batalla contra la bandera confederada.

El colapso del último partido de izquierdas de Europa, Syriza, significa que a menos que surjan partidos más decididos en Portugal, España o Italia, el testigo pasa ahora a manos de los partidos de derecha, como el Partido de la Independencia del Reino Unido de Nigel Farage, al Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, y otros partidos ultranacionalistas de derechas, enfrentados contra el modelo de la Unión Europea.

Marine Le Pen
Syriza no tenía ninguna posibilidad de éxito, pues no logró nacionalizar los bancos griegos en respuesta a la determinación de la UE de llevarlos a la fallida. Las élites griegas del 1% poseen los bancos y los medios de comunicación, y el ejército griego no muestra signos de estar del lado de su pueblo.

Lo que vemos aquí, es la imposibilidad de un cambio pacífico, tal y como explican Karl Marx y Lenin.

Siempre sucede lo mismo: las revoluciones y reformas fundamentales se ven frustradas o revocadas por ese 1% que se deja con vida.

Marx, frustrado por la derrota de las revoluciones de 1848 y llevado por su concepción materialista de la historia, llegó a esta misma conclusión, al igual que hicieron Lenin, Mao y Pol Pot: todos vieron claramente que dejar vivir a los miembros del viejo orden, significaba que tarde o temprano habría una contrarrevolución que llevaría al pueblo, de nuevo, a la servidumbre.

En América Latina, todos los gobiernos reformistas son vulnerables, y corren un grave riesgo de ser derrocados por los intereses económicos de las élites norteamericanas o españolas. Estamos viendo este proceso en marcha, ahora mismo, en Venezuela y en Ecuador.

Por esa razón, viendo la magnitud del problema, gente como Lenin y Mao, trataron de eliminar el viejo orden. El holocausto de clase que provocaron en sus países fue mucho veces mayor que el holocausto judío con los nazis.

Hoy en día, los occidentales aún no entienden por qué Pol Pot vació las zonas urbanas de Camboya. Occidente vende a Pol Pot como un psicópata y un asesino de masas, como un caso psiquiátrico; pero Pol Pot, simplemente actuó bajo la premisa de que si permitía vivir a los representantes del viejo orden, su revolución sería derrocada. Pol Pot se adelantó a la contrarrevolución, golpeándola con antelación y eliminando por completo a toda la clase social que podría estar inclinada a iniciar esa contrarrevolución.

En su momento, el conservador Inglés Edmund Burke dijo que el camino del progreso era la reforma, no la revolución. Las élites inglesas, a pesar de que perdieron algunos privilegios con ello, aceptaron la reforma, reivindicando a Burke, para no enfrentarse a la revolución.

Pero como podemos ver, hoy en día la izquierda está totalmente derrotada y las élites del 1%, ni tan solo tienen que aceptar ni la más mínima reforma.

Para ellos, ya solo hay una alternativa: que el resto de nosotros los obedezcamos.

Y por esa razón, podemos afirmar que somos testigos de su jaque mate final sobre el pueblo.



Grecia sólo es el comienzo. Vemos a los rriegos expulsados ​​de su país por una economía colapsada, vemos desaparecer el sistema de bienestar social y una extraordinaria tasa de desempleo; pero toda esa pobreza, no se limitará a Grecia; se extenderá a otros países de la UE.

Las mismas privatizaciones masivas, el mismo saqueo que estamos viendo en Grecia, se irá extendiendo poco a poco, paulatinamente al resto de países.

PAUL CRAIG ROBERTS

Fuente: elrobotpescador

4 de julio de 2015

OXI


"Lo que está ocurriendo en Grecia es la primera conflagración importante entre un Estado-Nación [...] y estructuras supranacionales sin legitimidad democrática."

Desde 1940, la mera palabra no, en griego,
ya contiene un regusto antialemán

En griego "no" se dice "oxi" 
TOÑO FRAGUAS
4 de julio de 2015

La palabra no está llena de significado patriótico en Grecia, y el primer ministro Alexis Tsipras lo sabe. Cada 28 de octubre los griegos celebran el Día del no. Es una fiesta nacional. Conmemoran la resistencia a la invasión germano-italiana en la Segunda Guerra Mundial. En 1940 Mussolini, por medio de su embajador en Atenas, lanzó un ultimátum al primer ministro Ioannis Metaxas. Debía permitir que las tropas del Eje tomaran posiciones en territorio griego. El ultimátum fue presentado en la Embajada… de Alemania. Si Metaxas no cedía, Grecia sería invadida. La respuesta del primer ministro griego ante el ultimátum de Italia y Alemania fue lacónica: “No”. Y la guerra estalló.

Un enorme no, en griego oxi (léase oji), preside el cartel que ha diseñado Syriza de cara al referéndum del 5 de julio. Cualquier ciudadano heleno reconoce en esa palabra automáticamente una oposición al invasor foráneo… Desde 1940, la mera palabra no, en griego, ya contiene un regusto antialemán. Cada 28 de octubre, los griegos engalanan edificios con la bandera, y los escolares desfilan por las calles. El primero de cada clase tiene el honor de ser abanderado.

Italia no logró invadir Grecia, así que Alemania se vio obligada a intervenir y en abril de 1941 las tropas de Hitler penetraron en territorio heleno. La resistencia que encontraron en lugares como Creta llevó al alto mando alemán a establecer siniestras equivalencias. Por cada soldado alemán muerto, debían ser fusilados cien ciudadanos griegos.

A ojos de un antinacionalista, uno de los puntos débiles de Tsipras es su populismo, su querencia por hablar del pueblo, de la patria. Lo hace a conciencia, sabe que la mayor parte de la ciudadanía griega todavía responde a esas consignas. La razón hay que buscarla en la historia.

Miedo al invasor

Grecia siempre se ha sentido pequeña y amenazada. Primero por la enorme y poderosa Turquía. Luego, por Alemania. Desde que en 1821 consiguió zafarse del Imperio Otomano en la llamada Revolución griega, el país ha mantenido un desproporcionado gasto militar, que todavía Tsipras se resiste a reducir, porque todavía se percibe como real la amenaza turca. Al fin y al cabo, el sangrante contencioso sobre Chipre sigue abierto.

Se equivoca quien piense que lo que ocurre en Grecia se restringe a la coyuntura económica actual. Lo que está ocurriendo en Grecia es la primera conflagración importante entre un Estado-Nación (en el caso griego, forjado, mal que bien, según las pautas de representatividad de las democracias liberales) y estructuras supranacionales sin legitimidad democrática.

Porque, por mucho que se empeñen los partidarios del ultracapitalismo, el FMI no es una institución elegida democráticamente. Y, además, algunos primeros ministros de los países del Eurogrupo, al incumplir los compromisos que adquirieron al concurrir en elecciones, han traicionado la confianza otorgada mediante el voto por los ciudadanos de sus respectivos Estados, con lo que su representatividad ha quedado en entredicho.

Hay que tener en cuenta que Grecia siempre tendrá un Plan B. Lo que está ocurriendo en Ucrania puede ser un juego de niños comparado con lo que se puede desencadenar en Grecia, porque Rusia siempre acudirá en socorro de su hermana ortodoxa. Cualquiera con un poco de bagaje histórico sabe que, desde que el mundo es mundo, Moscú desea mayor presencia en el Mediterráneo.

Los efluvios nacionalistas griegos son orientalizantes. La mayoría de los griegos, puestos entre la espada y la pared, podrían preferir antes a Rusia que a Berlín… o a Bruselas. Son muy capaces de decir adiós al sistema democrático liberal y abrazar un sistema pesudodemocrático populista, al estilo ruso. Y esa posibilidad no tiene nada que ver con la izquierda o la derecha. Tiene que ver con la historia y los imaginarios colectivos. Esos que la UE de Merkel está removiendo irresponsablemente y que Tsipras está manejando con destreza, pero asumiendo un riesgo enorme. Tsipras está jugando con fuego, y lo sabe. O eso cabe esperar: que lo sepa. ¿Será ésa su única baza?

En el no que defiende Tsipras puede verse representado tanto un ciudadano griego auténticamente europeísta (es decir, que defienda el sistema democrático occidental, frente a la globalización ultracapitalista), como un nacionalista griego antieuropeísta, que defienda el hecho diferencial heleno orientalizante y ortodoxo, frente a los invasores de Occidente. Esas dos sensibilidades concita el actual Gobierno griego, formado por izquierdistas y nacionalistas.

Que la mayoría de los griegos se sientan respetados, acogidos y reconocidos en la UE es de vital importancia en el tablero geopolítico de occidente. También es de vital importancia para el proyecto político de la UE. Pero el proyecto político de la UE es lo último que le importa a Merkel, al FMI, y a algunos gobiernos europeos, inmersos en una enorme crisis de representatividad y afanados en convertir a los países del sur de Europa en los nuevos Tigres asiáticos sin derechos laborales. Mano de obra barata al servicio de los intereses del Norte, y de las grandes fortunas familiares y empresariales, apátridas por definición (y por interés).


2 de julio de 2015

ISIS y Globalización


"... un 40% de los combatientes de ISIS proceden de Europa. Son hijos y nietos de inmigrantes, que se han criado en los suburbios de las grandes ciudades europeas. Son producto de esta gran operación de ingeniería social llamada inmigración planificada por las elites económicas y políticas occidentales, y que forma parte de la Globalización..."




El Estado Islámico: Un subproducto de Occidente

Los últimos atentados islamistas en Francia y en Túnez están provocando la histeria en nuestra biempensante sociedad occidental. Emergen discursos de todo tipo, desde el “políticamente correcto”, obsesionado en que no se estigmatice a los musulmanes, hasta el fundamentalista democrático, que habla de una agresión totalitaria contra “nuestros” valores y presenta al Estado de Israel como “cabeza de puente” de la civilización (¿) en medio de un mar de barbarie, oscurantismo y atraso. Tampoco falta el xenófobo indocumentado, que no distingue a un palestino de un marroquí y que clama contra los “moros” que, al parecer, tienen la culpa de todo.

Un análisis detallado nos muestra que la realidad es otra. Esta criatura mostrenca que se llama Estado Islámico o Califato Universal es una criatura nuestra (entiendo por nuestra la sociedad occidental y sus valores) y, antes que nada, hay que hacer autocrítica.

París
Datos bien fundamentados nos dicen que más de un 40% de los combatientes de ISIS proceden de Europa. Son hijos y nietos de inmigrantes, que se han criado en los suburbios de las grandes ciudades europeas. Son producto de esta gran operación de ingeniería social llamada inmigración planificada por las elites económicas y políticas occidentales, y que forma parte de la Globalización (libre circulación de capitales, de mercancías y de personas). ¿Cuáles eran los objetivos de esta operación? En primer lugar económicos: la llegada masiva de mano de obra, poco cualificada y dócil, provocaba automáticamente la bajada de los salarios y un aumento de la “competitividad de la economía”. Si Carlos Marx escribió en su momento que los parados eran el ejército de reserva del capital, ahora podría haber dicho que ls inmigrantes son el ejercito de reserva del capital.

Pero hay más. Este proceso de sustitución de la población autóctona, en caída demográfica, por una población inmigrante mucho más prolífica, iba a tener un efecto “cultural”. Los nuevos ciudadanos, desprovistos de raíces y de identidad, iban a facilitar enormemente el proceso de “modernización” (léase desaparición de tradiciones, de creencias religiosas, de arraigo a la tierra natal) que facilitaría enormemente la gobernanza económica.

¿Modernización?
Las cosas no han salido exactamente como esperaban. Los cerebros de las élites económicas (marxistoides reconvertidos al neoliberalismo) han olvidado que los seres humanos, además de necesidades materiales, necesitan también arraigo e identidad. Estos inmigrantes de segunda y tercera generación, que no son no de aquí ni de allí, buscan desesperadamente una identidad, un punto de referencia, y lo encuentra el  fundamentalismo de esta Islam globalizado que representa el Estado Islámico, y que, además, les permite canalizar su frustración y su rechazo hacia una sociedad que les prometo el “oro y el moro” (nunca mejor dicho) pero que después les confina en barrios gueto.

Pero hay otro nivel de realidad. La política de las grandes potencias Occidentales, EEUU e Inglaterra, ha sido siempre la de dividir y enfrentar entre sí a árabes y musulmanes en general. Los regímenes políticos que representaban un nacionalismo pan-árabe y laico (Sadam Hussein en Iraq, Gadaffi en Libia, Assad en Siria) o un fundamentalismo chiita ligado a un estado nacional (Irán) han sido el blanco preferido de las políticas occidentales, mientras se apoyaba a la corrupta monarquía Saudí y a los emiratos del Golfo, promotores del salafismo.
La potencia militar y política del Estado Islámico se inicia en la guerra de Siria, en el apoyo occidental a la “resistencia” contra el “malvado dictador” Assad. ¿Quién combate realmente al Estado Islámico? La milicia chiita de Hezbollah, con apoyo de Irán, junto a milicias cristianas, los kurdos y el ejército de Assad.

El Estado Islámico es la señal inequívoca del fracaso de Occidente, del fracaso de la “multiculturalidad”, de las políticas inmigratorias y de la estrategia estadounidense de mantener en Oriente un guerra continua para evitar el surgimiento de una nación árabe unida y del ataque sistemático a los único regímenes que podían mantener a raya al fundamentalismo.

José Alsina Calvés
2 de julio de 2015

Fuente: TdeE