29 de enero de 2019

Desguazando el ARSAT





DESGUAZANDO EL ARSAT, DESGUAZANDO EL ESTADO, DESGUAZANDO LA NACIÓN
24-1-2019

Entre el continuo aluvión de atrocidades en perjuicio de Argentina, que sin solución de continuidad perpetra el actual gobierno neoliberal, buscando de mínima llevarnos a los empujones al siglo XIX y de máxima disolver a Argentina en media docena de paisitos pobres e irrelevantes, una noticia muy importante pasó casi desapercibida.

Como correspondía a un país soberano (como buscamos serlo varias veces en nuestra historia), varias frecuencias en las que se puede operar autónomamente, gracias a la tecnología satelital propia que proveyó ARSAT, el Estado Argentino las había reservado para ser manejadas exclusivamente por la propia empresa estatal.

Era lo más lógico que habiendo sido desarrollados y puestos en órbita los satélites de ARSAT, las frecuencias de comunicaciones sean operadas por y en beneficio de NUESTRA propia empresa.

Con la ya habitual metodología de arrogarse funciones legislativas (en línea con los desembozados avances sobre los otros dos Poderes del Estado, configurando ya una dictadura en plena consolidación, bajo formalidades pseudo democráticas), el ejecutivo macrista utilizó otro de los recurrentes DNU (Decretos de Necesidad y Urgencia), para perpetrar una nueva maniobra agresiva y claramente lesiva a los Intereses del Estado Nacional, lo cual implica una acción más conducente a desguazar la Nación Argentina.

Claramente no existía necesidad ni urgencia, para definir por decreto y pasar por sobre el Poder Legislativo. La “urgencia” era claramente evitar las discusiones en el Congreso, para que el tema pase desapercibido en medio del desastre socio económico generalizado y los temas que recurrentemente tapan la agenda mediática, ocultando lo que el establishment quiere ocultar.
Las beneficiarias de esa arbitraria y muy negativa medida, cargada además de ilegalidad, son empresas privadas, seguramente varias de ellas bajo control extranjero, que ya dominan casi totalmente el estratégicamente muy sensible sector de las comunicaciones.

El neoliberalismo es apátrida y antinacional por definición, y como
irrefutablemente lo prueba su nefasto accionar en Argentina y otros muchos países del mundo.

Como tal se dio a la tarea de demoler todo vestigio de soberanía y de dignidad nacional. Demoliendo ARSAT y su estratégica área de influencia, la CEOcracia apátrida hoy en el poder formal y detentando el poder real (por delegación de sus mandantes extranjeros), mata varios pájaros de un tiro, a saber. ? Perpetra otro paso más hacia el desguace total de ARSAT, ícono del orgullo nacional y uno de los puntales de nuestro desarrollo tecnológico de avanzada.

- Quita al Estado Nacional el manejo directo y los beneficios directos e indirectos que son consecuencia del manejo de las frecuencias de comunicaciones, con todas sus múltiples implicancias.

- Permite otro avance hacia el control oligopólico de las comunicaciones, por parte de los grupos de poder que forman el núcleo duro de la manipulación alevosa y descarada de la opinión pública, y del consecuente blindaje mediático que protege al gobierno neoliberal, perversamente destructivo con intencionalidad y alevosía; que a los empujones nos lleva a aquella Argentina feudal del mitrismo (siglo XIX), e inmediatamente, si los dejamos seguir actuando, a la disolución nacional.

Mientras tanto, buena parte de las dirigencias políticas, gremiales, empresarias y académicas, siguen en la parsimonia, la mediocridad complaciente, la falta de espíritu de Grandeza Nacional, o la simple búsqueda de ventajitas o carguitos personales; sin oponerse debidamente a semejantes latrocinios.

Por su parte, los proceseros contumaces y los patrioteros de bandera, siguen envueltos en sus entornos de odios viscerales e irracionales y sumergidos en su profundas ciénagas de pegajosa colonización cultural en grados superlativos que les anularon toda capacidad de análisis serio y reflexivo; tanto que llegan a aplaudir entusiastamente a las medidas que claramente conducen a la disolución nacional.

A su vez, las variopintas “progresías”, sea por confusiones superlativas o por practicar una suerte de “neomarxismo cultural”, se prenden fervorosamente de cuanta causa conflictiva y “pianta votos” (como el ultra feminismo, el aborto “obligatorio”, el indigenismo racista y odiador al estilo del anarquista Bayer, el ultra ecologismo irracional y otras “causas” por el estilo) instalan las ONGs, Fundaciones y otros canales de difusión, manejados por el mega poder financiero transnacional; para “empiojar” el espectro político – cultural, operando como el otro brazo de las tenazas que aprietan las tuercas del subdesarrollo crónico y de la disolución nacional, tapando o minimizando el desguace socio económico profundo y generalizado en el que nos han sumido.

Mientras, el pueblo común no parece salir de su largo letargo, inducido por los medios concentrados y todo el aparataje de colonización cultural.
Como dijo el gran patriota Manuel Belgrano…¡Ay, Patria mía!

MGTR. CARLOS ANDRÉS ORTIZ
Analista de Temas Económicos y Geopolíticos

Fuente:

22 de enero de 2019

La derecha y la familia



"...las derechas, que han atemorizado a sus adeptos con el fantasma del comunismo, hoy trasmutado en «marxismo cultural» (que no es otra cosa sino liberalismo consecuente). La derecha que se declara favorable a la familia, o contraria a las políticas de género, a la vez que aplaude el orden económico capitalista y la ideología que lo conforma es tan mentirosa como la izquierda que clama contra el capitalismo, a la vez que se entrega denodadamente a la destrucción de la familia y de los vínculos comunitarios..."



Sirviéndo al mismo amo
Juan Manuel De Prada


Mucha gente se ha ilusionado en Europa con las nuevas derechas que, frente al entreguismo de los conservadores fanés y descangallados, se oponen a las políticas de género o se declaran favorables a la familia. Se trata, en realidad, de la misma golosina con que los conservadores hoy fanés y descangallados engatusaban a muchos incautos hace veinte o treinta años; la misma con que los democristianos encauzaron en su día a otros muchos ingenuos hacia los rediles que convenían al liberalismo.

En su encíclica Quadragesimo Anno (1931), Pío XI advertía que «aun cuando la economía y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen principios propios, es erróneo que el orden económico y el moral estén distanciados y ajenos entre sí». Cinco años antes, en The Outline of Sanity, ya denunciaba Chesterton el error trágico que estaban cometiendo muchos católicos, dejándose arrastrar por intoxicadores que les metían miedo con el comunismo, mientras el capitalismo imponía «una civilización igualmente centralizada, impersonal y monótona», capaz de «crear una atmósfera y formar una mentalidad» rabiosamente anticomunitarias, antifamiliares y antinatalistas. Posteriormente, en The Well and the Shallows (1935), Chesterton desarrollaría esta tesis, afirmando que «lo que ha destruido la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo: ha sido el capitalismo el que ha arrasado hogares, alentado divorcios y despreciado las viejas virtudes domésticas; ha sido el capitalismo el que ha provocado una lucha competitiva entre los sexos; ha sido el capitalismo el que ha destruido la autoridad de los padres; ha sido el capitalismo el que ha sacado a los hombres de sus casas en busca de trabajo…», etcétera.

Parafraseando a Chesterton, podríamos añadir que lo que ha traído las políticas de género y, en general, todas las ideologías de disolución familiar y comunitaria ha sido el capitalismo. O, más exactamente, la ideología liberal que, con su exaltación del individualismo y la autodeterminación, ha dado forma y sustancia al capitalismo. Esta evidencia denunciada por Chesterton la proclama exultante Walter Lippmann, uno de los padres del neoliberalismo, en su obra The Good Society (1937): «Se ha producido una revolución en el modo de producción. Pero esta revolución tiene lugar en hombres que han heredado un género de vida enteramente distinto. Así que el reajuste necesario debe extenderse a todo el orden social por entero. (…) Debido a la naturaleza de las cosas, una economía dinámica debe alojarse necesariamente en un orden social progresista. (…) Los verdaderos problemas de las sociedades modernas se plantean sobre todo allí donde el orden social no es compatible con las necesidades de la división del trabajo. Una revisión de los problemas actuales no sería más que un catálogo de tales incompatibilidades. El catálogo empezaría por lo heredado, enumeraría todas las costumbres, las leyes, las instituciones y las políticas y sólo se completaría después de haber tratado la noción que tiene el hombre de su destino en la Tierra y sus ideas acerca de su alma». Otro padre del neoliberalismo, Louis Rougier, lo establece también taxativamente en Les Mystiques économiques (1938): «Ser liberal es ser esencialmente ‘progresivo’, en el sentido de una perpetua adaptación del orden legal a los descubrimientos científicos, a los progresos de la organización y la técnica económica, a los cambios de estructura de la sociedad y de la conciencia contemporánea». El triunfo del capitalismo, de hecho, se funda en esa «perpetua adaptación» de los hombres al divorcio, al aborto, al desprestigio de las virtudes domésticas, a la lucha de sexos, a las políticas de género. El triunfo del capitalismo no sería, en fin, ni siquiera concebible sin el sometimiento de los pueblos a sus destrozos antropológicos.

Esta evidencia ha sido siempre ocultada por las derechas, que han atemorizado a sus adeptos con el fantasma del comunismo, hoy trasmutado en «marxismo cultural» (que no es otra cosa sino liberalismo consecuente). La derecha que se declara favorable a la familia, o contraria a las políticas de género, a la vez que aplaude el orden económico capitalista y la ideología que lo conforma es tan mentirosa como la izquierda que clama contra el capitalismo, a la vez que se entrega denodadamente a la destrucción de la familia y de los vínculos comunitarios. Ambas sirven al mismo amo, a la vez que satisfacen los mecanismos de la demogresca, que necesita negociados de izquierdas y derechas para mantener enzarzados a los pueblos (o a las masas amorfas en que los pueblos degeneran, una vez destruidos los vínculos que los hacían fuertes).

Fuente:  xlsemanal