“Sé que cuesta entenderlo. Yo le llamo el “dispositivo victoriano”, que los padres se enteren, que la noticia corra, que el novio lo sepa, vuelve súbitamente recatadas a las víctimas.”
Carlos Balmaceda
15-3-2024
Acabo de leer los chats completos de la “víctima” de cuatro jugadores de Vélez, “abuso” ocurrido después del partido disputado con Atlético de Tucumán.
Por si no están al tanto. El arquero Sebastián Sosa hace contacto visual desde el micro del equipo con una periodista deportiva de allí. La busca por las redes, se conecta por WhatsApp e inmediatamente la invita al hotel donde pernoctan.
La mujer accede.
Hasta aquí, el caso tal y como ocurrió en la realidad.
La versión del abuso que se difundirá tres días después, y justo 24 horas antes del “Día de la Mujer”, sugiere una “violación en manada”, perpetrada por los cuatro jugadores que se hallaban en la habitación, e incluye la posibilidad de alguna sustancia puesta en la bebida que tomó la “víctima”.
Lo que trasciende a través de los medios entonces, es lo que sigue: Sosa la invita al hotel, le dice que pase por el casino para que nadie la vea, que vaya directamente a la habitación 407, y que allí la estará esperando. Para su sorpresa, se encuentra con otros tres jugadores, no obstante, se queda allí, tomando una bebida alcohólica, presumiblemente ferné, que ella misma compró a instancias del arquero. Por la mañana, atontada, después de advertir que ha sido abusada, se va hacia su casa, le manda unos chats al arquero en los que le reprocha la situación originada, y presenta la denuncia.
A esto le sigue el terremoto mediático, y la intervención del abogado de Sosa que presenta una estrategia completamente equívoca, y que en el “juego del prisionero” representa abandonar a sus tres compañeros y hundirlos, tratando de salvar la ropa de una acusación que lo involucra mucho más fuertemente que al resto. Habla de posibles “20 años” de condena, dice que su defendido no tuvo nada que ver, y de esa manera, quiebra todo posible frente defensista con los otros acusados.
Ahora bien, cuando uno accede al contenido completo de los chats, la realidad es bien distinta. La mujer declara cosas como “estoy acostumbrada a estar entre varones”, cuando le preguntan si tiene otras amigas para llevar, contesta “casi todas mis amigas están en pareja”, aclara que tardará porque “como entenderás, me tengo que bañar” y lo remate con una carcajada, el mismo Sosa, el arquero, advierte que sus compañeros “no se van a desubicar”, y por supuesto, le da instrucciones para que nadie la vea, porque aquí, la gran falta y la estupidez cometida por estos muchachos, es hacer ingresar a la concentración, a su lugar de trabajo y en horario de trabajo (que va más allá del partido) a un extraño. Aunque fuera para intercambiar estampillas, ese acceso es una falta.
Pero es ella quien aclara “ni loca quiero que me reconozcan”, porque sabe perfectamente que lo que está pactando es una cita, que el arquero no estará solo, que lleva alcohol como para que la situación en algún momento se acelere, y que además, insisto, ni siquiera irá con la camioneta del padre, sino que tomará un Uber, según dice, porque “me matan” si llegara a chocar, aunque muy probablemente, por sus propias palabras, tratará de evitar que alguien vea el vehículo en cercanías del hotel.
Los chats “reveladores” que el 90% del periodismo difundió e interpretó dan cuenta del ya mencionado “reproche” al arquero, “que eso no se le hace a una mujer”, que “cuando me levanté tenía sangre en las piernas”, que “las sábanas quedaron manchadas de sangre”. Esos chats son un recorte del contenido total, con posterioridad al “hecho”.
Y lo que surge del contenido completo es la reiterada pregunta de ella sobre si “el paraguayo usó o no forro” porque “voy a tomar la pastilla del día después” pero pide una y otra vez que le pregunte al compañero si usó forro o no. Sosa le responde que de todos modos la tome, que “primero ella, segundo ella y después ella”, es decir, la mujer era plenamente conciente de que tenía una relación, incluso menciona algo así como que perdió el control.
Las palabras que sugieren el abuso se concentran en “no se trata así a una mujer”, y las menciones sobre la sangre, dato que, si no surge de las pericias, hasta podría no ser cierto.
La nota de A24 en la que se difunden estos chats, incluso mencionan, aunque de un modo confuso, que ella habría dicho “y se creen que por esa miseria de plata yo me voy a callar”.
Doy dos datos más que mi ojo de conocedor del tema quiere resaltar: al día siguiente de los hechos, un conocido le pidió amistad a la periodista por Instagram, el medio por el que Sosa la contactó, y sin ningún inconveniente, se la otorgó. Al parecer, en “el estado de shock” que estaba, que un perfecto extraño le pidiera amistad, no le resultó llamativo.
El otro dato se desprende de la causa. La denunciante pidió una cámara Gesell, que habitualmente se usa con menores, pero que en los casos de falsas denuncias han plagado los procesos contra varones heterosexuales. Se aclaró que esa será la única instancia en la que participará del proceso.
Esto, los que tenemos cierta experiencia en estas lides, lo conocemos bien. La idea de la “revictimización” es recurrente: no se le puede preguntar nada, ni repreguntar, no hacerle recordar absolutamente nada, así que la cámara Gessell, un mecanismo guiado por profesionales de por sí infectados por la ideología de género, fácilmente manipulable, que en los juicios de presuntos abusos a menores se ha usado arbitrariamente hasta el cansancio, vuelve a cumplir el objetivo de una imputación montada, además, por los medios.
En su declaración, Lourdes afirma que “Me ofrecieron dos latas de cerveza y, luego, me preguntaron si yo hacía tríos o si estaba con mujeres. Les respondí que no, que no me atraía y que siempre que estaba con alguien era sólo entre dos. En ese momento, me ofrecieron fernet en un termo Stanley color blanco”.
Es decir, va a un hotel, donde le advierten que habrá otros hombres, ella declara no tener ningún problema, le preguntan si hace tríos (¿cómo habrá sido el tenor de esa charla, cómo se llega a ese tramo?), pero hay más, “En este punto de la declaración, la mujer hizo una aclaración importante, según sus propias palabras: “Los jugadores hacían como que tomaban o directamente se pasaban el vaso y siempre iba para mí”.
Es decir, era plenamente conciente del engaño, pero seguía tomando. De allí que deslice que algo habían vertido en el recipiente.
¿Y los chats posteriores? ¿Y la pregunta sobre el “paraguayo y el forro”? Hay algo que ningún periodista mencionará, y es cómo es posible que ante la inminente denuncia, cuando todavía tiene rastros de la “violación”, la mujer no vaya de inmediato a la comisaría, donde le harán todas las pericias, y allí no solo le darán una batería de remedios contra cualquier posible enfermedad, sino que además determinarán de quién es el ADN que encontraron en su cuerpo.
No. Esta mujer llama a su “entregador”, también posible “violador” y en tono sereno le pregunta por el tema del “forro”.
Claro, los que pasen por aquí –absténganse los nuevos contactos y seguidores recientes de mencionar estupideces si desconocen por completo el trabajo que desarrollo-, pensarán, y con razón: ¿pero por qué la exposición pública, por qué la mentira, por qué la falsa denuncia, por qué atravesar un proceso judicial? De inmediato concluirán: “no, no es posible, esto pasó, fue cierto”.
Claro, desconocen los casos de la falsa manada de Palermo, de la falsa manada de Pilar, de Junior Cabrera, Juan Matías Bongiovanni, Joshua Suazo, Luis Rodríguez, Franco, el huelguista de hambre mendocino, IC, que en breve tendrá que comparecer por una loca que lo acusa de haberla violado después de pedir explícitamente al grupo de seis personas con las que se hallaba que celebraran una orgía, y como solo dos le concedieron el gusto, a guisa de nada, porque sí, decidió que uno de ellos sí la había violado.
Sé que cuesta entenderlo. Yo le llamo el “dispositivo victoriano”, que los padres se enteren, que la noticia corra, que el novio lo sepa, vuelve súbitamente recatadas a las víctimas. Al margen, estas sociedades han encubierto una enfermiza androfobia como para acusar de la nada a un varón, es decir, el mecanismo hegemónico tan de moda en estos tiempos y meneado hasta por el propio presidente en menciones a Gramsci, funciona de manera aceitada. El varón puede ser vapuleado, difamado, se le puede inventar un crimen porque sí.
De hecho, esto ocurre en acusaciones de hijas a padres, como el caso de Nahiara, que se arrepiente y confiesa que ha mentido, que pretendía que su padre “fuera preso unos días” para que ella pudiera irse de parranda. Le salió mal. Su padre ha sido condenado a 13 años, y su salud nos dice que posiblemente no aguante mucho tiempo más en la cárcel.
Podría nombrar luego todos los casos de docentes de nivel inicial, porque forman parte del mismo entramado, aunque los sindicatos docentes, colonizados en sus cabezas por la agenda de género sean incapaces incluso de defenderlos. Y ni los propios docentes puedan hacerlo.
En fin, nada sorprendente para los que nos asomamos al tema, que seguirá, por lo menos en mis investigaciones y publicaciones, hasta que un día quizás, la sociedad despierte azorada por todo el daño que ha permitido.
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