La nueva regla de desclasificación de 70 años es la reacción gubernamental ante los periodistas israelíes que han tratado de lograr, a través de los tribunales, acceso a documentos que ya deberían estar desclasificados, especialmente los que tienen que ver con la guerra de 1948, que estableció Israel, y la crisis de Suez en 1956.
Los secretos en los archivos de Israel
Ocultan la evidencia de la limpieza étnica
Jonathan Cook *
CounterPunch
La historia podrá ser escrita por los vencedores, como se dice que observó Winston Churchill, pero la apertura de archivos puede amenazar a una nación tanto como el descubrimiento de fosas comunes.
Ese peligro explica una decisión adoptada silenciosamente el mes pasado por Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, de ampliar por 20 años más el límite de 50 años durante los cuales los documentos se mantienen clasificados.
La nueva regla de desclasificación de 70 años es la reacción gubernamental ante los periodistas israelíes que han tratado de lograr, a través de los tribunales, acceso a documentos que ya deberían estar desclasificados, especialmente los que tienen que ver con la guerra de 1948, que estableció Israel, y la crisis de Suez en 1956.
El archivista jefe del Estado dice que muchos documentos “no son adecuados para el conocimiento público” y provocan dudas sobre “la observación del derecho internacional” por Israel, mientras el gobierno advierte que más transparencia “dañará las relaciones exteriores”.
Lo que significan realmente esas frases fue ilustrado por los resultados de una reciente investigación de un periódico israelí. Haaretz volvió a tratar la Guerra de los Seis Días de 1967, en la cual Israel se apoderó no sólo de los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza, sino también de una parte importante de Siria conocida como las Alturas del Golán, que Israel todavía se niega a devolver.
El consenso en Israel es que el derecho del país a conservar el Golán es aún más fuerte que su derecho a Cisjordania. Según los sondeos, una abrumadora mayoría de israelíes se niega a conceder su trozo anexado de Siria, incluso si hacerlo asegurara la paz con Damasco. Esta intransigencia no es sorprendente. Durante décadas, a los israelíes se les ha enseñado una grandiosa narrativa en la cual, después de repeler un ataque de fuerzas sirias, Israel permitió magnánimamente que la población civil del Golán viva bajo su dominación. Es el motivo, dicen los israelíes, por el cual los habitantes de cuatro aldeas drusas siguen allí. El resto prefirió irse por instrucciones de Damasco.
Un influyente periodista que escribió entonces llegó a insinuar que hubo antisemitismo por parte de los civiles que se fueron: “Todos huyeron, hasta el último hombre, antes de que las FDI [ejército israelí) llegaran, por miedo al ‘salvaje conquistador’. Idiotas, ¿por qué tuvieron que irse?”
Sin embargo, un cuadro muy diferente emerge de las entrevistas de Haaretz con los participantes. Esas personas informadas dicen que, con la excepción de 6.000, los 130.000 civiles del Golán fueron aterrorizados o expulsados físicamente, algunos mucho tiempo después del fin de los combates. Un documento del ejército revela un plan de erradicación de la población siria del área, exceptuando solamente a los drusos del Golán, para no afectar las relaciones con la comunidad drusa leal dentro de Israel.
Las tareas del ejército después de la guerra incluían la expurgación de miles de agricultores ocultos en cuevas y bosques para enviarlos al otro lado de la nueva frontera. Las casas fueron saqueadas antes que el ejército se dedicara a destruir todos los vestigios de 200 aldeas de modo que los antiguos habitantes no tuvieran a donde volver. Los primeros colonos judíos enviados a labrar los campos recordaban haber visto a sus dueños desposeídos que los observaban desde lejos.
La investigación de Haaretz presenta un informe sobre una limpieza étnica metódica y generalizada que se ajusta difícilmente no sólo a la historia tradicional israelí de 1967, sino también a la idea del público israelí de que su ejército es el “más moral del mundo”. Posiblemente esto puede explicar el motivo por el cual destacados, aunque anónimos, historiadores israelíes admitieron a Haaretz que habían conocido esa “narrativa alternativa” pero que no hicieron nada por investigarla o publicarla.
Lo que es tan fascinante en la versión del periódico de la captura del Golán es la medida en la que se hace eco de los informes corregidos de la guerra de 1948 que han sido escritos por generaciones posteriores de historiadores israelíes. Hace tres décadas –en una era más complaciente– Israel puso a disposición documentos menos confidenciales de ese período.
El nuevo material era suficientemente explosivo. Contradecía la narrativa tradicional de Israel sobre 1948, en la cual se dice que los palestinos se fueron voluntariamente por orden de los dirigentes árabes, en la esperanza de que los ejércitos árabes combinados acabaran con el incipiente Estado judío en un baño de sangre.
Al contrario, los documentos sugerían que fuerzas judías fuertemente armadas expulsaron y desposeyeron a cientos de miles de palestinos incluso antes de la creación del Estado judío y de que un solo soldado árabe entrara a Palestina.
Un documento en particular, el Plan Dalet, demostró la intención del ejército de expulsar a los palestinos de su patria. Su existencia explica la limpieza étnica de más de un 80% de los palestinos en la guerra, seguida por una campaña militar para destruir cientos de aldeas a fin de asegurar que los refugiados nunca volvieran.
La limpieza étnica es el tema común de ambas conquistas israelíes. Es casi seguro que un estudio más profundo de los archivos revelará en mayor detalle cómo y por qué fueron realizadas esas campañas de “limpieza” –que es precisamente el motivo por el cual el señor Netanyahu y otros quieren que los archivos sigan bajo llave.
Pero la plena revelación de esos documentos destructores de mitos podrá ser la condición previa para la paz. Ciertamente, más revelaciones semejantes representan la mejor esperanza de estremecer a la opinión pública israelí y sacarla de su oposición arrogante a concesiones significativas, a Siria o a los palestinos.
También es un primer paso necesario para cuestionar los continuos intentos de Israel de seguir con la limpieza étnica de los palestinos, como ha sucedido en las últimas semanas contra los beduinos en el Valle del Jordán y el Néguev, donde arrasan aldeas y vuelven a expulsar a las familias.
Los verdaderos partidarios de la paz deberían exigir que se abran de inmediato las puertas a los archivos.
Todos deben ver los motivos de los que quieren mantenerlos bajo llave.
* Jonathan Cook es un escritor y periodista que reside en Nazaret, Israel. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel's Experiments in Human Despair, (Zed Books). Su página web es www.jkcook.net.
Fuente: http://www.counterpunch.org/cook08192010.html
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En castellano: www.rebelion.org