22 de diciembre de 2020

Deconstrucción de la izquierda posmoderna - I

 

No nos encontramos aquí frente a “marxismo cultural”, ni frente al “marxismo” a secas, ni mucho menos frente al comunismo. Todo lo contrario. La izquierda posmoderna –y esta es la tesis central que defenderemos en estas páginas– tiene muy poco de marxista y sí mucho de neoliberalismo cultural puro y duro.




Deconstrucción de la izquierda posmoderna – Parte I

por Adriano Erriguel *

21 de septiembre de 2018

 

Toda lucha por la hegemonía política comienza por una definición del enemigo. Pero siendo la política el ámbito por excelencia del antagonismo, está claro que esas definiciones nunca pueden ser neutrales. No estamos aquí en el campo de la probidad intelectual, ni en el de las pautas verificables de objetividad y precisión. Toda lucha política aspira a movilizar un capital emocional, se apoya en recursos retóricos, intenta arrastrar al antagonista hacia un terreno de juego amañado. En esa tesitura, aquél que determina los códigos lingüísticos ha ganado la partida. No en vano, la hegemonía consiste precisamente en eso: en un juego. O más exactamente, en juegos de lenguaje.

 

El pensamiento hegemónico de nuestros días – todo eso que el politólogo norteamericano John Fonte bautizaba hace años como progresismo transnacional – ha impuesto de forma aplastante su definición del enemigo. Todo aquél que se enfrente a su visión mesiánica del futuro – un mundo postnacional de ciudadanía global, en el que una gobernanza mundial irá desplazando a las soberanías nacionales – se verá inmediatamente tildado de reaccionario, de ultraconservador o de populista, cuando no de algo peor.[1]


Caben pocas dudas: en el debate público actual casi todas las cartas están marcadas. Si bien el lenguaje nunca es neutral, hoy está más trucado que nunca. Pocos diagnósticos más erróneos – entre los formulados en el siglo XX– que aquél que profetizaba el “fin de las ideologías”. Hoy la ideología está por todas partes. La prueba es que asistimos a la imposición de un lenguaje extremadamente ideologizado, si bien de forma subrepticia y con el noble aval de poderes e instituciones.


¿Un lenguaje ideologizado? Aunque por su omnipresencia parezca invisible, ese lenguaje existe y es el instrumento de una sociedad de control. El control comienza siempre por el uso de las palabras.


¿Qué tipo de palabras? ¿Cómo se organizan?


Si intentamos una clasificación somera podemos distinguir varias categorías. Por ejemplo: las palabras–trampa, aquellas que tienen un sentido reasignado o usurpado (“tolerancia”, “diversidad”, “inclusión”, “solidaridad”, “compromiso”, “respeto”); las palabras–fetiche, promocionadas como objetos de adoración (“sin papeles”, “nómada”, “activista”, “indignado”, “mestizaje”, “las víctimas”, “los otros”); los términos institucionales, santo y seña de la superclase global (“gobernanza”, “transparencia, “empoderamiento” “perspectiva de género”); los hallazgos de la corrección política (“zonas seguras”, “acción afirmativa”, “antiespecista”, “animalista”, “vegano”); los idiolectos universitarios con pretensiones científicas (“constructo social”, “heteropatriarcal”, “interseccionalidad”, “cisgénero”, “racializar”, “subalternidad”); los eufemismos destinados a suavizar verdades incómodas: “flexibilidad” y “movilidad” (para endulzar la precariedad laboral), “reformas” (para designar los recortes sociales), “humanitario” (para acompañar un intervención militar), “filántropo” (más simpático que “especulador internacional”), “reasignación de género” (más sofisticado que “cambio de sexo”), “interrupción voluntaria del embarazo” (menos brutal que “aborto”), “post–verdad” (dícese de la información que no sigue la línea oficial).


Especial protagonismo tienen las “palabras policía” (George Orwell las llamaba blanket words) que cumplen la función de paralizar o aterrorizar al oponente (“problemático”, “reaccionario”, “nauseabundo”, “ultraconservador”, “racista”, “sexista”, “fascista”). Destaca aquí el lenguaje de las “fobias” (“xenofobia” “homofobia”, “transfobia”, “serofobia”, etcétera) que busca convertir en patologías todos aquellos pensamientos que choquen con el código de valores dominantes (pensamientos que, inevitablemente, formarán parte de un “discurso de odio”). Sin olvidar las palabras–tabú: aquellas que denotan realidades arcaicas, inconvenientes y peligrosas (“patria”, “raza”, “pueblo”, “frontera”, “civilización”, “decadencia”, “feminidad”, “virilidad”). [2]


La “Nuevalengua” (Newspeak) de la corrección política tiene dos características: 1) se transmite de forma viral por el mainstream mediático 2) su utilización funciona como un código o “aval” de conformidad con la ideología dominante. El objetivo de la Nuevalengua– como Orwell demostró en “1984”– es determinar los límites de lo pensable. Por eso la hegemonía construye su propio vocabulario, decide sobre sus significados y se atribuye el monopolio de la palabra legítima. De esta forma, cualquier atisbo de rebelión contra el “pensamiento único” se encuentra, ya de entrada, “encastrado” en el campo semántico del enemigo.


Pero ¿qué enemigo?


Los objetores al pensamiento único necesitan definir a qué se enfrentan aquí. Y como estamos hablando de relaciones de antagonismo, la definición, lejos de ser neutral, debe contener un elemento peyorativo que asegure su eficacia política. Los objetores al pensamiento único deben construir su propio campo semántico, deben aprender a jugar los juegos de lenguaje.


¿Quién manda aquí?


En los estudios sobre filosofía del lenguaje es un lugar común citar un famoso pasaje de “Alicia a través del espejo”, de Lewis Carroll. Recordemos el episodio. Alicia dialoga con Humpty Dumpty, el grotesco personaje con forma de huevo, criatura del folklore inglés. En un momento dado, Humpty Dumpty utiliza palabras con un significado aparentemente ajeno al contenido de la conversación. Cuando Alicia se lo reprocha, el diálogo sigue de la siguiente forma:


– “Cuando yo uso una palabra – dijo Humpty Dumpty en un tono desdeñoso – quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.


– La cuestión – insistió Alicia – es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.


– La cuestión – zanjó Humpty Dumpty – es saber quién es el que manda…, eso es todo”.


En su fabulación, Lewis Carroll capturaba de forma sencilla algo que, años más tarde, se convertiría en el gran campo de minas de la filosofía posmoderna: el cuestionamiento de la idea de significado, el desafío a las teorías tradicionales del lenguaje y de la cultura, el post–estructuralismo y la deconstrucción. Básicamente, lo que los filósofos del lenguaje venían a decir – en la línea de Wittgenstein y de Humpty Dumpty – era que el lenguaje se constituye en una serie de “juegos”, y que los enunciados o declaraciones se agrupan en tipologías diferentes que dependen de reglas compartidas y producen una relación entre los hablantes, de la misma forma en que los juegos requieren reglas y generan una relación entre los jugadores. En ese sentido los diálogos pueden ser vistos como una “sucesión de maniobras”: “hablar es luchar” en el sentido de “jugar”. La conclusión esencial de todo esto es que “al ganar una ronda, al replicar de forma inesperada, al alterar los términos del debate, al disentir frente a la posición dominante, podemos alterar las relaciones de poder, aunque sea de forma imperceptible”.[3]


La cuestión es saber quién manda. Aquél de los jugadores que acepte como propio el campo semántico del enemigo, o que maneje un código lingüístico obsoleto, está perdido de antemano.


La lucha por el lenguaje forma parte de un gran fenómeno posmoderno: las guerras culturales.


El Gran Juego


Nuestra aldea global está inmersa en un “gran juego”. Ese juego puede definirse acudiendo a un concepto nacido en el mundo anglosajón: las “guerras culturales”. Lo que ese concepto quiere decir es que la política ha desbordado el ámbito estricto de las doctrinas políticas y los programas electorales. Hoy más que nunca – como lo vio Gramsci hace casi un siglo– todo es política. Tradicionalmente es la izquierda la que mejor lo ha comprendido, y por eso lo ha politizado absolutamente todo: el lenguaje por supuesto, pero muy especialmente todo aquello que atañe a la vida privada y a los aspectos más íntimos de la persona. En la parte que le toca, la derecha – inspirada en los principios del liberalismo clásico – abandonó la vida privada al albedrío de cada individuo y se centró en la gestión de la economía. Una derecha gestionaria frente a una izquierda de valores: esa ha sido – grosso modo y simplificando mucho – la situación durante las últimas décadas. Pero algo ha cambiado en los últimos años. El primer resultado tangible de ese cambio se ha visto en los Estados Unidos, el laboratorio principal de esa “izquierda de valores” que sigue constituyendo, hoy por hoy, el pensamiento hegemónico.


Los meses que precedieron a la victoria de Trump en noviembre 2016 no fueron una campaña electoral al uso, sino más bien la culminación de una “guerra cultural” que se venía librando desde hacía años. Más allá de las estridencias del personaje, lo importante de Trump es el fenómeno social y cultural que representa, y que hizo posible la incubación de este inesperado terremoto político. Lo que ocurrió fue que, ante la dictadura de la corrección política, las fuerzas disidentes habían empezado a construir su propio campo semántico, a quebrar el “marco” lingüístico definido por el enemigo.


Las “guerras culturales” se configuran como un concepto clave para los años venideros. La vieja derecha – la llamada derecha “civilizada”– con su discurso legalista y tecnocrático se encuentra en este terreno completamente perdida. Confiada en el fondo en su superioridad intelectual (acreditada, a su juicio, por la gestión económica) esa derecha se limita a asumir como propias las cruzadas culturales definidas desde la izquierda, transcurridos (eso sí) los plazos preventivos de aclimatación. La razón de fondo es que, en realidad, esa derecha asume el mismo marco mental que la izquierda: la historia tiene un “sentido” que sigue el curso del progreso.


Pero volvemos a la pregunta anterior. Para los disidentes frente al pensamiento hegemónico: ¿cómo definir al enemigo?


La cosa se complica tras la irrupción, durante los últimos años, de un nuevo elemento: una izquierda populista estimulada por la crisis financiera de 2008. En realidad, esto no constituye ninguna sorpresa. La llegada del populismo de izquierdas se ha visto preparada, durante las últimas décadas, por el aplastante predominio – en los ámbitos cultural, académico y mediático– de la izquierda posmoderna. Existe una relación de continuidad entre los nuevos movimientos de izquierda (llámense populistas, radicales, de extrema izquierda o como se quiera) y la izquierda posmoderna. Ambos comparten los mismos dogmas, el mismo sustrato cultural, la misma mitología progresista. Ambos son el ecosistema natural de la “corrección política”. Ambos son coetáneos del período de máxima expansión del neoliberalismo (una coincidencia nada casual a la que nos referiremos más tarde). Para calificar al pensamiento de esa izquierda posmoderna algunos utilizan el término de “marxismo cultural”. Para calificar a esa izquierda populista muchos continúan refiriéndose al comunismo o al “neo–comunismo”, como si éste fuera una amenaza real, como si éste tuviese la capacidad de reproducir la experiencia totalitaria del siglo XX.


Pero estas definiciones responden a categorías obsoletas. No nos encontramos aquí frente a “marxismo cultural”, ni frente al “marxismo” a secas, ni mucho menos frente al comunismo. Todo lo contrario. La izquierda posmoderna –y esta es la tesis central que defenderemos en estas páginas– tiene muy poco de marxista y sí mucho de neoliberalismo cultural puro y duro.


Pero eso es algo que a primera vista no parece tan claro. Es muy cierto que la izquierda radical usa y abusa de una retórica “retro” (el “antifascismo” en primer lugar) y reclama para sí el patrimonio moral de las luchas “progresistas” del pasado. Pero con ello lo único que hace es parasitar una épica revolucionaria que no le corresponde. En realidad, la apuesta ideológica de la izquierda en todas sus variedades (desde la socialdemócrata hasta la más radical o populista) se inscribe de facto en la agenda de la globalización neoliberal. Y si su pensamiento es a veces calificado como “marxismo cultural”, ello obedece al peso del viejo lenguaje, así como a la rutina mental de la derecha habituada a categorizar como “comunista” todo lo que no le gusta.


Pero no, no nos encontramos en vísperas de un “asalto a los cielos” leninista, ni en el de una socialización de los medios de producción, ni en el de una dictadura del proletariado. Todo lo contrario: el escenario es el de la dictadura de una “superclase” (overclass) mundializada, apoyada en técnicas de “gobernanza” posdemocrática. Un escenario en el que la izquierda radical ejerce las funciones de acelerador y comparsa, preparando el clima cultural propicio a todas las huidas hacia adelante de la civilización liberal. Frente a los desafectos, la izquierda radical asegura – con su celo vigilante e histeria correctista– una función intimidatoria y represora que adquiere tintes parapoliciales. Tareas todas ellas perfectamente homologadas por el sistema.


¿De dónde vienen, pues, los equívocos? En el mundo de las ideas no hay blancos y negros. El vocabulario actual de la corrección política se nutre, sin ninguna duda, de una incubación en el posmarxismo de la Escuela de Frankfurt y sus epígonos. Ahí está el origen de un malentendido – el pretendido carácter “marxista” de la ideología hoy dominante – que la guerra cultural anti–mundialista debería deshacer de una vez por todas, si quisiera asumir una definición eficaz del enemigo.


Conviene para ello hacer un poco de historia.


Los auténticos enterradores del marxismo

Suele pensarse que el fin del marxismo como ideología política tuvo lugar en 1989, con la caída del “socialismo real” y el derrumbe de la URSS. Pero lo cierto es que el marxismo había sido enterrado muchos años antes, y que bastantes de sus enterradores pasaban por ser discípulos de Marx.


En realidad, el acontecimiento que supuso el canto de cisne del marxismo fue la revolución de mayo 1968, el momento en que el movimiento obrero fue desplazado por un sucedáneo: el “gauchismo” liberal–libertario.[4] Pero la epifanía progre de los estudiantes de París y de Berkeley había sido prefigurada – con varias décadas de antelación – por el corpus teórico (también llamado “teoría crítica”) de la “Escuela de Frankfurt”. Fueron los intelectuales del “Instituto para la Investigación Social” fundado en 1923 en esa ciudad alemana los que provocaron, desde dentro, la implosión del marxismo. Muchas de las ideas y temas impulsados por esos intelectuales se encuentran en el origen de los condensados ideológicos que hoy conforman la ideología mundialista.


Desde sus primeros años y durante su etapa de exilio en los Estados Unidos, la Escuela de Frankfurt arrumbó en el desván de la historia el dogma central del marxismo ortodoxo: el determinismo económico, la idea de que son las condiciones materiales y los medios de producción (la infraestructura) los que determinan el curso de la historia, la visión fatalista de un triunfo inevitable del socialismo. Lo que a los intelectuales de Frankfurt les interesaba era la acción sobre la “superestructura”, puesto que son las condiciones culturales – más que la economía – las que determinan la reificación y la alienación de los seres humanos. Algo que Georg Lukács ya apuntaba en “Historia y conciencia de clase” (1923), la obra fundadora del marxismo occidental. No en vano todas las luminarias de la escuela – Max Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm, Herbert Marcuse – se centrarían casi exclusivamente en la crítica cultural, dejando de un lado las cuestiones económicas. Lo cual nos lleva al segundo golpe – todavía más letal – que la escuela de Frankfurt iba a propinar al marxismo ortodoxo.


Al centrar sus denuncias en la reificación y la alienación de los seres humanos – y no en las condiciones económicas de explotación capitalista– estos intelectuales desplazaban el fin último de la transformación social: ésta ya no se reduciría a la abolición de las injusticias sociales, sino que se centraría en la eliminación de las causas psicológicas, culturales y antropológicas de la infelicidad humana. En esa línea, estos autores se esforzarían en establecer pasarelas entre el materialismo histórico y pensadores ajenos a esa tradición, tales como Freud (es el llamado “freudo–marxismo”) o – en un improbable ejercicio de malabarismo intelectual – el mismísimo Nietzsche. En realidad, la escuela de Frankfurt es un abigarrado taller de herramientas intelectuales donde se puede encontrar un poco de todo: las intuiciones más brillantes se codean con las amalgamas más precarias, y una crítica extremadamente perspicaz de la modernidad y sus condiciones de desenvolvimiento se ve mezclada con un empecinamiento utópico abocado al dogmatismo. Todo ello bañado en una atmósfera de virtuosismo y de elitismo intelectual que sellaba el extrañamiento definitivo entre los “intelectuales orgánicos” y la gente corriente. O lo que es decir, entre la intelligentsia progresista y el pueblo. 


Cosmópolis utópica

La escuela de Frankfurt ofrece una gran paradoja: partiendo del marxismo – o más bien, de una interpretación “humanista” de la obra del “joven Marx” – sus teóricos preparaban el terreno para la ideología orgánica de la globalización neoliberal. El primer puente entre ambos mundos tiene mucho que ver con el fetiche ideológico de estos intelectuales: la idea de utopía. Para la escuela de Frankfurt, la utopía no es un “día del Juicio” o fin de la historia en el sentido marxista – el advenimiento de una sociedad sin clases –, sino que, insuflando una nota de realismo, admiten que si bien nunca alcanzaremos la Salvación o Redención final, el mantenimiento del Ideal – el sueño de la Redención – es un bien en sí mismo, puesto que nos impele a una mejora indefinida de la Humanidad. Es el “principio esperanza” definido por el filósofo Ernst Bloch. Bajo el baremo implacable de la Utopía, el presente se ve así sometido a una acusación perpetua, se ve impelido a avanzar por la senda del cosmopolitismo y de la “tolerancia” en pos del (siempre distante) espejismo utópico. Pero no se trata aquí de una utopía colectivista del tipo de la “sociedad comunista” del marxismo clásico. Desde el momento en que se vincula a una idea de “felicidad” personal, la utopía frankfurtiana concierne sobre todo al individuo. Lo que nos conduce al segundo gran puente con el neoliberalismo.


Que la “felicidad” como reivindicación individual es un viejo fetiche del liberalismo, es algo que no requiere grandes demostraciones. Basta con leerlo en la Constitución de los Estados Unidos. La aportación de la Escuela de Frankfurt consistió en encauzar hacia esa reivindicación una parte del capital teórico del marxismo, remodelándolo como una especie de filosofía “humanista” y relegando sus enfoques de clase y sus aspiraciones revolucionarias. La llave maestra para ello consistió en el descubrimiento del “joven Marx” – el de los “Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844”– con sus “inclinaciones utópicas y su visión de un hombre nuevo y liberado del egotismo, de la crueldad y de la alienación. La revolución contra el capitalismo se sustituyó por algo parecido a un intento de transformación de la condición humana. El socialismo pasaba así a identificarse con una forma de tratar a la gente, más que con un modelo institucional y político”.[5] Aquí se consuma el auténtico entierro del marxismo.


Frente a las categorías materialistas y positivistas del marxismo – empeñadas en una analogía con las ciencias naturales –, la “Escuela de Frankfurt” enfatizaba los elementos éticos, subjetivos e individuales de la “teoría crítica”, de forma que ésta se configuraba como una teoría general de la transformación social, a su vez espoleada por un deseo de “liberación” entendida en sentido individual. La “liberación” y la “emancipación” eclipsaban así el objetivo de la revolución y se fundían en el horizonte utópico de una “felicidad” orientada al desarrollo personal. No es extraño que Wilhelm Reich – con sus trabajos sobre sexología– o Erich Fromm – con obras como “El concepto de hombre en Marx”– alcanzaran gran popularidad y fueran ampliamente leídos en los medios radicales norteamericanos.


¿Qué quedaba entonces del marxismo? Una retórica, una jerga académica, una dialéctica opresores/oprimidos, una cáscara de romanticismo subversivo al servicio del único sistema que, de hecho, hace tangible ese grial utópico de la “liberación” individual indefinida: el liberalismo libertario en lo cultural, el neoliberalismo en lo económico; lo que es decir: el capitalismo en su estadio final de desarrollo.


Del posmarxismo al neoliberalismo

La primera regla de la guerra cultural es saber leer al enemigo. El legado de la escuela de Frankfurt es demasiado rico como para ser arrojado en el cómodo saco del “marxismo cultural”; de hecho, buena parte de sus postulados admiten una lectura “de derecha”. El caso más evidente – e interesante – es la perspectiva “antiprogresista” desarrollada por una parte de esta escuela.


Una de las paradojas de la teoría frankfurtiana consiste en su crítica sistemática de la modernidad. En realidad, se trata de la única crítica de la modernidad y de la idea de “progreso” que haya sido formulada desde la izquierda, o al menos desde una tradición no conservadora o no reaccionaria. Posiblemente sea también la más brillante de las realizadas hasta la fecha. La experiencia de Auschwitz y la consiguiente ruina del optimismo progresista son las bases sobre las que se construye la obra seminal de Max Horkheimer y Theodor Adorno: “Dialéctica de la Ilustración”. En esa obra, lo que ambos autores vienen a decir es que, después de todo, tal vez el precio a pagar por “el progreso” sea demasiado alto, y que los ideales racionalistas, cuando son absolutizados, revierten en su opuesto: en un nuevo irracionalismo. En su enfoque crítico sobre la Ilustración, ambos autores rechazan la narrativa tradicional que se focalizaba sobre la evolución de las instituciones, las ideas políticas o el progreso tecnológico, y se centran en una crítica antropológica: los daños causados por el despliegue de la razón instrumental en una sociedad totalmente administrada, con sus corolarios de reificación y alienación de la persona. Desde esa perspectiva, el panorama de la modernidad y del progreso podía ser muy sombrío. Hay por lo tanto en la Escuela de Frankfurt una apertura hacia un cierto conservadurismo cultural.[6] No en vano Horkheimer señalaba que, así como hay cosas que deben ser transformadas, hay otras que deben ser preservadas, y que un verdadero revolucionario está más cerca de un verdadero conservador que de un fascista o de un comunista.


Pero aceptadas estas premisas, la diferencia con una auténtica “crítica de derecha” es clara: allí donde ésta hubiera puesto el énfasis en la denuncia de la uniformización cultural, el desarraigo identitario y la ruptura del vínculo comunitario (fenómenos todos ellos impulsados por la modernidad), Horkheimer y Adorno tienen un enfoque individualista: la denuncia de la pérdida de “autonomía” personal, el rechazo a los “procesos de dominación” que afligen al individuo. Sea como fuere, la crítica frankfurtiana a la modernidad sigue siendo una píldora dura de tragar para la vulgata progresista y el “pensamiento positivo” de nuestra época. Por eso mismo continúa siendo una aportación insoslayable para todos aquellos que, ya sea desde la derecha o desde la izquierda, desean acometer una deconstrucción teórica de la modernidad, la Ilustración y el “progreso”.


Pero el genio del liberalismo consiste en su capacidad para absorber todas las críticas, su habilidad para transformarlas en “oposición controlada”. El éxito de la “teoría crítica” frankfurtiana marcó su integración en las instituciones, algo que los propios Horkheimer y Adorno habían ya previsto cuando señalaban que, en la medida en que una obra gana en popularidad, su impulso radical se ve integrado dentro del sistema. El liberalismo desechó la parte más auténticamente subversiva de la Escuela de Frankfurt – la crítica de la razón instrumental, el análisis sobre la desacralización del mundo, la reivindicación de los valores no económicos, la denuncia del consumismo, el rechazo a la mercantilización de la cultura, la advertencia sobre la pérdida de “sentido” – y adoptó sus postulados más individualistas y libertarios de “emancipación” y de rechazo a la “dominación” ejercida por la familia, el Estado y la iglesia. La “dialéctica negativa” desarrollada por la Escuela de Frankfurt sirvió así de instrumento a toda una generación de radicales americanos y europeos empeñados en una reconfiguración profunda de la sexualidad, la educación y la familia.


A un nivel teórico más profundo, la “dialéctica negativa” frankfurtiana enlazaba sin solución de continuidad con una nueva generación más radical y carente de los escrúpulos “conservadores” de Horkheimer y sus amigos: la generación del posmodernismo y del post–estructuralismo, de Foucault y de Derrida, de la deconstrucción y de la ideología de género. A partir de los años 1970 se sentarían las bases de una nueva cultura y de un “hombre nuevo”.


Quedaba expedito el camino hacia el neoliberalismo.


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[1] John Fonte, Investigador del Instituto Hudson (Washington), acuñó en 2001 el término “progresismo transnacional” para dirigirse a la ideología de la post–guerra fría. Se trata de una de las mejores descripciones de la ideología mundialista realizadas hasta la fecha. Según Fonte, entre las creencias promovidas por esta ideología figuran: 1) promover las identidades de grupo (género, etnia) sobre las identidades individuales; 2) una visión maniquea de opresores/oprimidos; 3) una promoción de las minorías oprimidas a través de cuotas; 4) la adopción de los valores de estas minorías por parte de las instituciones; 5) el inmigracionismo; 6) la promoción de la “diversidad” frente a la idea de asimilación en países de destino; 7) la redefinición de la democracia para acomodar la representación de las minorías; 8) la deconstrucción “posmoderna” de las naciones occidentales, y su sustitución por el multiculturalismo.

 https://www.hudson.org/content/researchattachments/attachment/254/transnational_progressivism.pdf

[2] Para esta clasificación nos apoyamos, de forma bastante libre, en la obra magistral de Jean–Yves Le Gallou y Michel Geoffroy, Dictionnaire de Novolangue. Ces 1000 mots qui vous manipulent. Via Romana 2015, pp. 10–11.

[3] Catherine Belsey, Poststructuralism. A very Short Introduction. Oxford University Press 2002, pp.97–98.

[4] Adriano Erriguel, Vivir en Progrelandia. Mayo del 68 y su legado. www.elmanifiesto.com

[5] Stephen Eric Bronner, Critical Theory. A very short introduction. Oxford University Press 2011, p. 48.

[6] Es lo que el crítico cultural británico Jonathan Bowden llamaba el “secreto íntimo” de la Escuela de Frankfurt. Jonathan Bowden, Frankfurt School Revisionism. https://www–counter–currents.com)


El libro “Dialéctica de la Ilustración” de Adorno y Horkheimer fue una influencia mayor en los orígenes de la corriente de ideas conocida como la “Nueva derecha” francesa.


*Publicado por ElManifiesto.com – Adriano Erriguel nació en Ciudad de México hace más de cuatro décadas, en familia de ascendencia española. Estudió derecho y ciencias políticas. Abogado y consultor en ejercicio, ha residido y trabajado en diferentes países europeos. Desde hace años ejerce una labor de crítica literaria y de ensayo en el campo de la historia de las ideas, desde una perspectiva que él se empeña en llamar «metapolítica». Su área de atención preferente son las corrientes intelectuales marginales, alternativas y ajenas a los consensos ideológicos imperantes. Su ambición es ir trazando una cartografía intelectual de los focos de rebelión que, desde una perspectiva antimoderna o posmoderna, se enfrentan a la corrección política y al pensamiento único.


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Fuente: 

Elmanifiesto.com


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6 de octubre de 2020

CIFRAS PARA REFLEXIONAR

 

Alejandro Olmos Gaona

5-10-2020



En medio de los estragos del Covid19, que ha afectado al mundo entero, y donde en muchos países se trazan estrategias y ayudas para mejorar la situación económica, en la Argentina se acentúa un enfrentamiento visceral, resucitando el viejo maniqueismo de los buenos y los malos. Y como diría Sartre los malos siempre son los otros, y hacer un ejercicio de autocritica  tarea absolutamente imposible ya que de lo que se trata es tener razón a cualquier precio, aunque para ello haya que dedicarse a la pura interpretación, ya que los datos y las cifras no  ayudan a estas conductas bipartidistas, que son cultivadas con esmero.


Con motivo de impuesto a la riqueza,  que es un porcentaje ínfimo, que no puede afectar a ninguna de las personas a las que está destinado, se generó una lluvia de denuestos y falacias de diversa naturaleza.  El que confeccionó el proyecto original fue rápidamente invisibilizado y tomaron la posta los diputados Kirchner y Heller para convertirlo en ley, estando todavía en discusión en el Congreso.


Aunque tal impuesto es insuficiente, ya corrieron las diversas interpretaciones: que esa forma de legislar va a afectar las inversiones, que es inconstitucional, y varios etceteras que podría agregar, todos demostrativos de como puede llegar a cegar la pasión política de los que están en contra de ese tributo.


La Argentina que viene de años de problemas, tiene que hacer cambios estructurales necesarios, y aquellos que tienen mas recursos son los que deben tratar de contribuir a esos cambios, y no hacer lobby para impedirlos.


Una evidencia de nuestra parálisis surge de estos datos, que son irrefutables,  surgen de estadísticas públicas y privadas, provenientes de sectores afines al mundo empresario, y deberían hacernos reflexionar:


-En la Argentina entre 1945 y 1955, el PBI creció 48% y el PBI por habitante el 19%

-Entre 1955 y 1965 el PBI creció 43% y 21 % por habitante

-Entre 1965 y 1975 el PBI creció 42% y 22% por habitante

-Después se desbarrancó todo y desde 1975 al 2020, el PBI creció el

87% en 45 años, sideralmente alejado de cifras de otros tiempos y de una economía que a pesar de dificultades, interrupciones militares y conflictos generaba crecimiento y no esta detención que parece quedarse en el tiempo, y arrancó fundamentalmente desde la dictadura civico-militar.


Un buen amigo me recordaba ayer una frase de Ortega y Gasset "Para definir una época no basta saber lo que en ella se ha hecho, es menester además saber lo que no se ha hecho (El Ocaso de las Revoluciones) y eso debe llevarnos a pensar, todas las falencias que hemos tenido y que nos llevaran a la decadencia presente, donde había 30% de pobres en el 2015, 35% en el 2019, y ahora 41% y 10% de indigentes.


Y como ese impuesto al que me referí al principio aunque insuficiente ha sido cuestionado me interesa mostrar como ejemplo como reaccionó  ante sus crisis el gobierno de los EE:UU. tan admirado por los cultivadores del mercado, y que han reaccionado con furia a esta nueva carga.

Después de la crisis de 1929, que devastó la economía norteamericana, con su secuela de desocupados, quiebras de comercios, alzas desmesuradas, el gobierno decidió que los que tenían importantes bienes de fortuna contribuyeron con su esfuerzo para que el país saliera adelante. El impuesto federal a las ganancias  se aumentó del 25 al 63% en 1932.  Se volvió a elevar al 77% en 1936 llegando al 91% en 1941. Posteriormente se redujo al 77% en 1964 y al 30-35% entre las décadas del 80-90.


El impuesto a las sucesiones que se derogara durante la dictadura, alcanzó  en EE.UU. al 77% durante las décadas de 1940 y 1970, y fue del 55% desde los años 80, habiendo bajado posteriormente

Además en momentos de crisis como los señalados, no solo la del año 1929, sino el resultado de el desastre sufrido por Europa como consecuencia de la segunda guerra mundial, las respuestas políticas de los gobiernos fueron, el alza generalizada de los impuestos a las ganancias, regulación financiera, nacionalizaciones y un conjunto de acciones, que permitió emerger a esos países, siendo los más ricos los que debieron forzadamente contribuir, sin que a ninguno se le ocurriera hablar de problemas con las inversiones, ni con dificultades al crecimiento, o huida de la empresas hacia otros destinos.


La fraseología de las leyes del mercado siempre se da de patadas con la realidad objetiva. Primero porque el mercado no tiene leyes inmutables, sino aprovechamiento de los grupos concentrados.  En segundo lugar porque las inversiones  reales, no las especulativas van si existe confiabilidad y  seguridad, más allá de la existencia de tratados preferenciales o de protección y promoción de inversiones.


Estas cifras que he consignado son simplemente para que los desinformados de siempre, que interpretan lo que otros dicen, pero jamás van a los archivos, desconocen estadísticas, y los datos objetivos provenientes de diversas fuentes, tomen conciencia que en momentos difíciles como los que vivimos el mayor esfuerzo deben hacerlo, aquellos que tienen una gigantesca cantidad de bienes a su disposición, y no utilizar excusas, presiones, y especulaciones de diversa factura, para seguir ganando más dinero.


Aunque hay muchos olvidadizos, otros que se hacen los distraídos, y muchos a los que sus prejuicios ideológicos los hacen negar realidades que son evidentes habría que recordarles que entre 1982 y 1983, los más grandes empresarios de la Argentina, le transfirieron a todo nuestro pueblo una deuda mayormente ficticia, que en 1985 era de 23.000 millones de dólares. No se puede seguir admitiendo que esos personajes que se reciclan en el tiempo, se olviden de sus responsabilidades y sigan haciendo lo de siempre. Primeramente sería bueno que devolvieran al Estado todas las suman que ese Estado pagó por ellos, y en segundo lugar que se dispusieran a trabajar en serio para que la Argentina crezca, se desarrolle, elimine sus deficits, y deje de estar anclada a un eterno proceso de endeudamiento que la obstruye y no le permite salir adelante.


Finalmente recordar, que la situación grave que dejó el gobierno anterior en el Banco Central, se debió precisamente a esos grupos concentrados que además de haberse llevado 86.000 millones de dólares se dedicaron a especular  en un juego de dolar y letras de liquidez (Leliq) para obtener enormes ganancias sin que les interesara en lo más mínimo el futuro argentino. El gobierno actual heredo ese desastre y la pandemia, contribuyó a sumar dificultades para tratar de cambiar todos esos problemas, ya que no hubo alternativas que recurrir a una  




14 de septiembre de 2020

La reaparición de Macri

 

Macri vuelve a aparecer después de que Horacio Rodríguez Larreta tomara la posta como líder de la oposición al oponerse a la quita del punto de coparticipación a manos de la administración nacional.


Macri aprendió a escribir


...en el diario "La Nación" de hoy se atreve con una audacia digna de mejor causa a efectuar criticas al actual gobierno y hablar de moralidad, de instituciones, de democracia, de libertad...

HAY QUE SEGUIR EL EJEMPLO DE MACRI

Alejandro Olmos Gaona

13-9-2020

Hay que seguir el ejemplo de Macri que nos muestra exactamente lo que no debemos hacer, ya que su accionar es claro ejemplo de la inmoralidad, de la venalidad, de la falta de conducta institucional, de haber transgredido el estado de derecho cuando fue presidente, en medio de su precario palabrerío. 

Como hay cadáveres insepultos, pretende resucitar y en el diario "La Nación" de hoy se atreve con una audacia digna de mejor causa a efectuar criticas al actual gobierno y hablar de moralidad, de instituciones, de democracia, de libertad como si hubiéramos perdido la memoria,  y no sufriéramos sus cuatro de gobiernos, que dejaron una economía devastada, con negocios impunes por partes de funcionarios públicos, con el flagrante incumplimiento de la ley, el favoritismo a través de decretos para sus familiares, el modificar leyes por decreto y una larga lista que se podría hacer, que muestra cual es la calidad de vida que pretende para los argentinos.

Para Macri: transparencia, democracia y moral es:

1.- Haber pretendido nombrar por decreto ministros de la Corte.

2.- haber modificado por decreto la Ley de medios

3.- Haber modificado por decreto la ley de blanqueo para favorecer a su familiares. Su hermano se favoreció por la ley en mas de 600 millones de pesos.

4.- Permitir que funcionarios como Aranguren hicieran negocios con empresas de las que era accionista y de la que había sido presidente. Que funcionarios como el Secretario de Finanzas Bausili comparar bonos que se emitían gozando de información privilegiada y siguiera cobrando del Deutsche Bank, siendo funcionario.

5.- Permitir que su propio jefe de gabinete Mario Quintana, hiciera negocios con bonos públicos.

6.- Echar a funcionarios como el Dr. Balbín como Procurador del Tesoro, por cuestionar los negocios del Correo y pretender enjuiciar a su amigo Lewis.

7.- Nombrar como director de la AFI, a quien había hecho uso de documentos falsos para justificar transferencias de dinero

8.- Defender  públicamente a un delincuente probado y procesado como Lewis y hospedarse en su estancia.

9.- Endeudar irresponsablemente a la Nación por cifras que no tenían antecedentes conocidos, con la complicidad de muchos opositores.

10.- Bloquear cualquier proyecto de la oposición sobre temas fundamentales, llenado el Congreso de sesiones especiales donde únicamente se podía tratar con que enviaba el oficialismo.

11.- Designar cantidades de amigos en cargos públicos, igual que los gobiernos que él ha criticado.

12.- Presionar a la justicia para evitar que acciones contra familiares y funcionarios no prosperara. Su padre Franco Macri, consiguió que la Cámara Federal, me apartara de una causa, en la que había sido aceptada mi presentación en los Panamá Papers.

13.- Desconocer decisiones de la Corte Suprema de Justicia, cuando se ordenó dar a publicidad el contrato con Chevron por Vaca Muerta.


No voy a hablar de haber dañado la economía, ni de acciones políticas lamentables y solo me he referido a cuestiones puntuales que conozco por haber intervenido en muchas de ellas. Pero además, como hay muchos que tenemos memoria, no olvidamos que las empresas de las que era accionista y director, le transfirieron al Estado deuda ficticia por más de 250 millones de dólares en el año 1982, que nunca se pudieron recuperar. Tampoco olvidamos el juicio por contrabando, donde fue condenado en toda las instancias junto a su padre y salvado por la mayoría automática de la Corte menemista, con la excepción de los ministros Fayt, Belluscio y Petrachi.  Que en el año 2001, mientras el Correo Argentino se presentaba en Concurso de acreedores, por no tener dinero para cumplir con sus obligaciones, la empresa fugaba al exterior mas de 5.000.000 de dólares.

Es lamentable que un sujeto de tales características, hoy pretenda hablar de moral, democracia y libertad, señalando los peligros que ve, cuando él transgredió cualquiera de esos principios.  Y digo que habla porque el escrito está firmado por él, aunque seguramente hubo un escriba que se animó a hacerlo, ya que al balbuceador Macri no le da la capacidad para ensamblar mas de algunas pocas frases comunes.

Es asombroso como un diario que supo tener entre sus páginas  a colaboradores permanentes como Unamuno, Martí, Ortega y Gasset, Einstein, Baroja, y una larga lista de ilustres pensadores, haya caído en darle espacio a este señor que es un verdadero ejemplo de lo que no hay que ser ni hacer.

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17 de marzo de 2020

Plutonomías




  • ¿Cómo es posible que en un sistema movido por el dinero, dejemos que unos pocos sean capaces de crearlo según su criterio, mientras nosotros debemos dedicar un enorme esfuerzo para ganarlo legítimamente trabajando?





Plutonomías y esperanza seductora


En esta publicación quiero desarrollar cómo se logra un sistema en el que los propios sometidos impulsen reglas que, sin darse cuenta, los somete aún más. Quiero que el lector entienda qué es una plutonomía, por qué es importante, cómo actúa y qué función cumple el neoliberalismo en ella. No son preguntas fáciles, por lo que no pueden responderse en unos pocos párrafos. Admito que esta lectura lleva unos quince minutos, pero prometo que van a ser los quince minutos mejor invertidos de tu día. Empiezo:

Reglas de juego

El planteo surge inicialmente en el posteo sobre “El Sistema de Papel”donde cuestioné por qué la sociedad se somete a vivir bajo reglas que no le son beneficiosas a la mayor parte de sus integrantes. En particular, el cuestionamiento surgió en por qué cedemos el control del dinero a instituciones que denominé poco confiables (Bancos Centrales y bancos privados).
¿Cómo es posible que en un sistema movido por el dinero, dejemos que unos pocos sean capaces de crearlo según su criterio, mientras nosotros debemos dedicar un enorme esfuerzo para ganarlo legítimamente trabajando?
Imagínense una partida de Monopoly, donde uno de los jugadores tenga un control absoluto del banco y pueda usar los billetes de forma ilimitada. Siempre va a ganar. Estoy seguro que el resto de los jugadores no aceptaría jugar bajo esas reglas. Sin embargo, en la vida real, así son las reglas, y jugamos igual.

Plutonomías

Curiosamente, la respuesta a esta pregunta no la encontré en un texto de algún sociólogo, economista o filósofo de izquierda, sino en un documento que elaboró el CitiGroup para sus mayores inversores. Este documento, del año 2005, es uno de los textos más fascinantes que leí en mi vida.
Elaboran una tesis que sostiene que el mundo se divide en dos bloques: las “Plutonomías” y el resto. La plutonomía; del griego ploutos (riqueza) y del sufijo “nomía” (norma, ley o ciencia); hace referencia a un tipo de sociedad con una enorme desigualdad de la riqueza, en la que la economía es significativamente influida por los muy ricos, quienes representan una porción desproporcionada en variables agregadas como ingreso, consumo, riqueza y ahorro.
Cuando digo que los ricos representan “una porción desproporcionada”, me refiero a que, por ejemplo, en EE.UU el 1% más rico de la población tiene la misma riqueza neta que el 90% de menores ingresos. Quiere decir que más o menos 3.2 millones de personas tienen lo mismo que 290 millones. En estas economías (mencionan a Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Australia), el 1% de la población es quien decide, a través de su capital e inversiones, la política económica nacional.
Una plutonomía es un tipo de sociedad en la que la economía es significativamente influida por los muy ricos.
Lo que me fascinó del texto es que no se trata de un investigador describiendo las desigualdades del sistema, sino que está escrito por ricos que asesoran a sus clientes ricos sobre cómo invertir sus fortunas. Eso lo hace más valioso, porque es más sincero y demuestra con crudeza lo que piensan ellos y cómo se hablan entre sí.
Básicamente, el texto aconseja un modo de inversión basado en la tesis de la plutonomía, recomendando añadir al portafolio acciones de empresas que fabriquen productos consumidos principalmente por los ricos (marcas como Porsche, Four Seasons Hotels, Tiffany, Ralph Lauren, etc.), ya que, si la desigualdad será cada vez más grande en el tiempo, el consumo de los ricos en este tipo de bienes será cada vez mayor (de nada por el consejo, de paso).

¿Cómo se sostienen las plutonomías?

Sin entrar en detalles sobre el texto, quiero hacer foco en la pregunta que formulé al principio, la cual hizo que el documento me llamara tanto la atención: cómo es posible que el sistema sea sostenible por una gran mayoría que no se beneficia del mismo.
A la hora de defender la tesis de la plutonomía, los investigadores del CitiGroup desarrollan una serie de factores que podrían amenazar la vigencia de tales sistemas. Entre ellos se encuentran las reacciones negativas de los trabajadores y la sociedad en su conjunto. Dicen, textualmente: “Los trabajadores de menores ingresos pueden no tener mucho poder económico, pero sí tienen igual poder de voto que los ricos”.
“Sin embargo, una de las razones por las cuales las sociedades permiten la existencia de las plutonomías, es porque una parte importante del electorado cree que tiene la posibilidad de convertirse en un pluto-participante, ¿Por qué matarías al sistema, si podrías ser parte del mismo? Se encuentra latente el sentimiento del Sueño Americano.” El sistema corre riesgos cuando los votantes empiezan a darse cuenta de que no pueden participar del mismo, y se inclinan por dividir la torta en vez de aspirar ilusamente a poseer una porción grande de la misma. Esto ocurre con mayor probabilidad durante épocas de recesión o crisis económicas (en las elecciones políticas, los partidos de izquierda suelen tener mayor apoyo en períodos de crisis económicas).
“Nuestra conclusión general es que si bien es probable que exista una reacción en contra de las plutonomías, todavía no es el momento. En la medida que las economías crezcan y que una parte del electorado crea que se está beneficiando y volviendo un poco más rico (aunque sea en términos absolutos), la amenaza contra las plutonomías es muy baja”.
Y acá está la respuesta a mi pregunta: lo que permite que una gran mayoría sostenga un sistema que beneficia a una ínfima minoría, es la esperanza de formar parte de esa minoría. Nadie va a estar en contra de algo si cree que puede ser beneficiado de eso.

Poder seductor

A la hora de desarrollar los condiciones que favorecen a las plutonomías, es decir, que intensifican la desigualdad entre ricos y pobres, los autores destacan seis: 1) Revolución tecnológica contínua, que aumenta las ganancias de las empresas más dinámicas y permite sustituir mano de obra, 2) Gobiernos y regímenes impositivos favorables a los capitales, 3) Globalización, que facilita a las empresas producir donde sea más barato y haga competir a los trabajadores del mundo entre sí, 4) Innovación y complejidad financiera, que favorezca movimientos de capitales para evadir impuestos y restricciones legales, 5) Protección de los derechos de propiedad, que garanticen los retornos de las inversiones y resguarden al capital y 6) Mayores protecciones a las invenciones mediante patentes más beneficiosas, que concentran los beneficios de una innovación en la empresa que lo creó.
Estos factores son claves para definir lo que se conoce como neoliberalismo, un término que suele generar confusiones al querer definirlo. El neoliberalismo es el proceso que promueve las condiciones necesarias para la creación de una plutonomía.
El neoliberalismo es el proceso que promueve las condiciones necesarias para la creación de una plutonomía.
Lo interesante, es que el poder del neoliberalismo no es opresor, sino inteligente, por lo que no necesita recurrir a la violencia para imponerse. Se vende a sí mismo como un sistema que es beneficioso para el conjunto de la población, aunque sea todo lo contrario.
El punto central, es que no hay motivo para esperar que sea beneficioso para las mayorías, por el simple hecho de entender quiénes lo crean y lo impulsan. La conclusión se desprende por sí sola: si una plutonomía es una economía influida significativamente por los muy ricos y el neoliberalismo es el medio para desarrollar una plutonomía, ¿a quiénes beneficia el neoliberalismo? El sistema favorece al 1% que lo diseña y lo impulsa.
El poder del sistema radica en su capacidad de generar consensos sobre sus beneficios en el 99% restante de la población. El filósofo coreano Byung-Chul Han, en su texto “Psicopolítica”, dice:
“El neoliberalismo es un sistema muy eficiente para explotar la libertad. El poder inteligente, amable, no opera contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.”
El poder inteligente, amable, no opera contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor.
Nuevamente, se refuerza la idea de esperanza como mecanismo de seducción. Y la esperanza es sostenida principalmente porque sentimos que somos libres en una sociedad llena de oportunidades. Se promueve la idea de meritocracia, la cual sostiene que estas oportunidades las podremos aprovechar siempre y cuando nos esforcemos lo suficiente y trabajemos lo necesario para aumentar nuestro rendimiento y optimizar nuestros resultados. Tarde o temprano, el trabajo da sus frutos… Somos dueños de nuestro destino. El sueño americano.

Sensación de libertad

Profundizando sobre la sensación de la libertad en un mundo donde predomina la optimización y el rendimiento, voy a citar nuevamente a Han. Después de todo, ¿Por qué voy a esforzarme en intentar describir algo cuando otro ya lo hizo de forma excelente?:
“El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo. Es un esclavo absoluto, en la medida que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria.”
“Vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. La libertad del poder hacer genera incluso más coacciones que el disciplinario deber. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno. Es por ello que la coacción que proviene del poder hacer es ilimitada. Nos encontramos, por tanto, en una situación paradójica. La libertad es la contrafigura de la coacción. La libertad, que ha de ser lo contrario de la coacción, genera coacciones. Enfermedades como la depresión y el estrés son la expresión de una crisis profunda de la libertad.”
Leyendo este párrafo es fácil imaginarse a cualquier emprendedor, trabajador independiente o dueño de un negocio, el cual siente que es libre al no tener un jefe, mientras termina trabajando 16 horas al día, sin posibilidad de tomarse vacaciones. Los trabajadores en dependencia tampoco son la excepción, quienes normalmente se someten a presiones y exigencias que demandan descuidar su vida personal.
Siempre que exista una situación de sometimiento, es porque hay alguien que tiene poder sobre otro. Sin embargo, el sometido no necesariamente es consciente de dicha situación. Dicho académicamente, por el propio Han:
“El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo (…) Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa (…) Ineficiente es el poder disciplinatorio que con gran esfuerzo encarrila a los hombres de forma violenta con preceptos y prohibiciones. Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos. (…) El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre.”
Citando a la obra Drácula“La fuerza del vampiro radica en que nadie cree en su existencia”. Así ocurre que el conjunto la sociedad vive bajo las reglas que el 1% crea para su favor y que las impulsa mediante la manipulación de los sentimientos de libertad y esperanza de las mayorías.
El conjunto la sociedad vive bajo las reglas que el 1% crea para su favor y que las impulsa mediante la manipulación de los sentimientos de libertad y esperanza de las mayorías.
Hay casos en los que los métodos de manipulación son más evidentes que otros. Algunos salen a la luz gracias a escándalos como lo fue el de Facebook, que logró influenciar campañas electorales mediante la venta de información privada de sus usuarios sobre sus intereses, preferencias, pensamientos y comportamientos. Gracias al Big Data e internet, hoy es posible dirigir mensajes y anuncios personalizados a distintos grupos de personas y así influenciar decisiones de todo tipo, que van desde el consumo de un bien hasta la elección de candidato político. A esto Han lo llama la “psicopolítica movida por los datos”.
Un punto central, que quiero recalcar, es que estoy haciendo énfasis en que la manipulación está dirigida a las emociones, y no a la parte racional de las personas. En el mundo de los negocios, por ejemplo, cualquier buen vendedor sabe que debe intentar conquistar el corazón de su cliente antes que su cerebro. Esto se hace apelando a las emociones en lugar de a las capacidades analíticas. Una vez leí que “un buen vendedor es alguien que logra que su cliente no se de cuenta que le están vendiendo. El cliente debe sentirse dueño de la decisión de compra”. En palabras de Han:
“Las emociones influyen en las acciones a un nivel prerreflexivo. Por medio de la emoción se llega a lo profundo del individuo. Así, la emoción representa un medio muy eficiente para el control psicopolítico del individuo”.

Looser

En la tesis del CitiGroup, los autores sostienen que las plutonomías pueden verse amenazadas en situaciones de crisis económicas que afecten los bolsillos de los trabajadores y a la mayoría de la sociedad. Sin embargo, Han hace una observación interesante sobre esa cuestión:
“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador. Sin embargo, esta lógica presupone relaciones de dominación represivas. En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo.”
Byung-Chul Han

Conclusión

Estos dos textos me ayudaron a formular mi propia respuesta a la pregunta inicial. En síntesis, todo lo escrito anteriormente puede resumirse con una pregunta y su respuesta:

¿Cómo es posible que las sociedades promuevan un sistema que beneficie sólo a una porción minúscula de las mismas?

Vivimos en una plutonomía. Una plutonomía es un tipo de sociedad en la que la economía es significativamente influida por el 1% más rico de la población, quien decide, a través de su capital e inversiones, la política económica mundial.
Esta crea las reglas del juego, que conforman un sistema llamado neoliberalismo. El neoliberalismo es el proceso que promueve las condiciones necesarias para la creación de una plutonomía.
Debido a que en la mayor parte del mundo desarrollado predominan las democracias, donde los individuos con menor poder económico tienen en conjunto mayor poder de voto, el poder para impulsar el sistema debe ser inteligente y seductor. No opera contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Mediante la manipulación de las emociones, logra que la sociedad defienda un sistema que no es beneficioso para la mayor parte de sus integrantes.
Las mayorías defenderán un sistema si creen en él. Deben tener la esperanza de poder disfrutar de los beneficios del mismo. La esperanza de lograr los objetivos es alimentada por una sensación de libertad en un mundo meritocrático lleno de oportunidades, que pueden ser aprovechadas siempre y cuando logremos optimizar nuestro rendimiento.
El sistema logra explotar la libertad de los individuos, cuidando que se sometan a sí mismos sin siquiera ser conscientes de tal sometimiento. El entramado de dominación les queda totalmente oculto, y por eso no logran percatarse de quiénes son los que diseñan las reglas, y por lo tanto, no logran entender a quiénes beneficia.
Cuando esa esperanza se rompe, uno no cuestiona al sistema (que le dio todas las herramientas para progresar), sino a uno mismo. Gracias a la sensación de libertad, uno se siente responsable de su propio fracaso. Uno fracasa, no el sistema.
De esta forma, mediante la explotación de la libertad y el impulso de la esperanza, el poder logra que los propios sometidos impulsen un sistema que, sin darse cuenta, los somete aún más.

30 de enero de 2020

Unidos por la deuda


AVAL DE LA OPOSICIÓN PARA QUE EL GOBIERNO HAGA LAS GESTIONES QUE ELLOS PRETENDÍAN

"...después de haber leído la versión taquigráfica de la sesión de ayer en la Cámara de Diputados, donde por 224 votos se aprobó la ley de sostenibilidad de la deuda , dándole facultades al Poder Ejecutivo, que YA TENÍA DESDE 1992. Pero era necesario el circo mediático, para que un conjunto de mediocridades hablaran de “la buena fe”, “de la responsabilidad”, de la “necesidad de lograr la sostenibilidad de la deuda”..."


LA SESIÓN DE DIPUTADOS, LA DEUDA Y EL CULTO A LA ILEGALIDAD
Alejandro Olmos Gaona


En una notable obra de Ibsen “Brand”, el protagonista, viendo la locura que se había apoderado de todos y la impotencia de no poder hacer nada, ya que nadie lo escucha reflexiona: “ en un pueblo cuando todos están locos el cuerdo es el loco”

No se si yo seré muy cuerdo, pero hace 19 años, que después de la muerte de mi padre, continué adelante con la investigación de uno de los fraudes más descomunales de la historia argentina. Aporté documentos, sugerí se citara a peritos del banco Central para que declararan. Fueron y acompañaron evidencias. Hubo oficios a oficinas públicas, pedidos de informes, pero a pesar de mis limitaciones, ya que los archivos que ponen en evidencia la conducta de los funcionarios son secretos, pude aportar importantes documentos.

En una de sus presentaciones impulsando las causas penales, el Fiscal Delgado hizo mención que yo había acompañado más documentos que el propio Estado, y ese Fiscal hace años que viene presentando pedidos, solicitando las intervención del Procurador General de la Nación, del Procurador del Tesoro, pidiendo indagatorias, que se cite a funcionarios desde 1984 hasta el año pasado y NO HA PASADO ABSOLUTAMENTE NADA. El juez de la causa acumula papeles, pero no quiere involucrarse en ninguna decisión que afecte a los funcionarios de los gobiernos que renegociaron la deuda desde la época de Alfonsín hasta el pago a los buitres en el 2016.

Los que saben los perjuicios que causa la deuda, solo hablan de la sentencia del Juez Ballestero, pero no tienen la menor idea de las cosas que encontré negociadas por los gobiernos de la democracia y acompañé a la justicia, y esto porque existe una conspiración del silencio sobre esa causa, que ningún medio quiere mencionar. Se ignora que en las últimas presentaciones denunciamos a Caputo, a Mario Quintana, a Santiago Bausili el último Secretario de Finanzas de Macri, sin que a pesar del pedido de indagatoria del Fiscal Federal, en el 2018, el juez no haya hecho nada.

Comento esto después de haber leído la versión taquigráfica de la sesión de ayer en la Cámara de Diputados, donde por 224 votos se aprobó la ley de sostenibilidad de la deuda , dándole facultades al Poder Ejecutivo, que YA TENÍA DESDE 1992. Pero era necesario el circo mediático, para que un conjunto de mediocridades hablaran de “la buena fe”, “de la responsabilidad”, de la “necesidad de lograr la sostenibilidad de la deuda”. Traté de encontrar en los discursos, alguna idea creativa, algún fundamento serio, alguna referencia a las causas penales donde hay probados delitos de acción pública, alguna reflexión sobre la responsabilidad no solo del gobierno de Macri, sino del de la Sra. De Kirchner y su marido, de Duhalde, del menemismo, de de la Rua y NADA. Solo hojarasca dialéctica nutrida de datos falsos, de números equivocados y pocas precisiones. Solo el diputado del Caño y la diputada del Pla tuvieron la dignidad de no ser parte de esta comedia trágica, pero claro, imagino que como son troskos, serán ridiculizados como siempre, por lo imbéciles que excepto calificar no se animan a nada.

La mentirosa exposición de Heller, hablando que la deuda había bajado un 70% en el 2005, lo que es absolutamente falso, la falsedades de Máximo Kirchner con datos sobre los canjes, la insustancial perorata de la diputada Fernanda Vallejos sobre las bondades de lo que se va a hacer. Por el lado de Cambiemos, el no hacerse cargo de lo que hicieron, y acompañar el proyecto porque ellos actúan con responsabilidad institucional. Así podría seguir con estos sujetos que son el paradigma de la mediocridad y lo convencional, donde a la ampulosidad de las frases, suman una entonación de “salvadores de la patria”, aunque con sus votos estén perpetuando el fraude, y colaborando para que la pobreza siga su camino ascendente, ya que es la contracara de lo que se pagó y lo que hay que pagar.

Este club de pagadores seriales, está acompañado, como no podía ser de otra manera por “La Nación”, “Clarin”, “Página 12” y periodistas obsecuentes, que nunca se ocuparon de una investigación que no muestra negocios con la obra pública, que tanto han publicitado unos y ocultado otros, sino un fraude que en 1984 era de 45.000 millones de dólares, y que en 1985 solo de deuda privada, mayormente ficticia era de 23.000 millones de dólares.

Dicen que eso es “viejo” y nada se puede hacer, mostrando una ignorancia absoluta del derecho civil, del derecho administrativo, y aún del derecho penal, como si los delitos dejaran de serlo por el transcurso del tiempo, y olvidando que la deuda de hoy es la lógica consecuencia de la deuda de la dictadura a través de las múltiples refinanciaciones que se hicieron, entrando en la categoría del delito continuado, como lo determina la doctrina penal. Creen absurdamente que lo ilegal que es nulo de nulidad absoluta para nuestro derecho, ya ha sido legalizado por los leyes de presupuesto. Ni siquiera se les ocurrió crear una Comisión para investigar la deuda tal como lo había determinado la ley 26.984, sancionada en el año 2014, y que fue derogada por la Ley que sirvió para pagar a los Holdouts, en marzo de 2016, votada por la mayoría de ambas Cámaras con 24 legisladores del FPV, 34 del Massismo, el PJ y aliados. Tampoco se les ocurrió establecer un censo de acreedores, para ver quiénes son los tenedores de bonos, a cuanto compraron, que intereses cobraron, etc.

Los legisladores que votaron ayer se limitaron a ratificar facultades delegadas inconstitucionalmente en el Ministro de Economía que ya las tenía a través de normas que nunca quiso cambiar ni el PJ, ni el FPV, y que le sirvieron a Macri para endeudarnos con el FMI. Y esto lo dijo ayer con todas las letras el Subprocurador del Tesoro, en la reunión de comisiones. Con la sobreactuación que los caracteriza creyeron que estaban haciendo historia y siendo responsables, cuando en realidad hicieron lo de siempre claudicar ante los mercados y el sistema financiero. Someterse a las exigencias de los usureros que lucran desde hace décadas con las deudas de los países pobres y emergentes. Además el gurú Stiglitz, tan citado por algunos ingenuos del progresismo, ya lo dijo bien claro hay que evitar el default.

Confieso que me equivoqué cuando pensé que algo se iba a decir del inmenso fraude. Que se iban a señalar personas y acciones, que se iban a establecer limitaciones al ministro en cuanto a lo que va a negociar no dándole carta blanca para que haga lo que quiera y después informe. Nada de eso pasó, y como en 1992 cuando el Plan Brady, hicieron lo que acostumbran ACTUAR, pero no representar a nuestro castigado pueblo en todo aquello que era necesario hacer para no continuar en esta pendiente que lleva décadas y que ningún gobierno quiso revertir, pese al habitual palabrerío con el que contentaron a mucha gente de buena fe que creyó que todo cambiaba.

Todos parecen haber perdido la memoria, y en esta repartija de culpas, los kirchneristas creen que las palabras, y las organizaciones que tan bien manejan pueden sustituir los hechos y las evidencias que en lo que respecta a la deuda están en los tribunales. Los radicales y el Pro tratando de justificar 4 años de endeudamiento descomunal, y una pobreza que excede el 35%, aunque iba a quedar en 0. Unos y otros hablan de la fuga de divisas y silencian que es de vieja data, atravesando a varios gobiernos. Las cifras de la gestión de Macri, son las que más se mencionan, pero durante la gestión de la Sra. De Kirchner fue de 80.000 millones de dólares, pero tampoco se hacen cargo de eso.

El bipartidismo sigue jugando con nuestro destino, echándose culpas unos a otros, y no reconociendo sus errores propios, total los funcionarios no pagan la deuda, sino que la pagamos todos, aún aquellos que viven en la más absoluta precariedad