24 de diciembre de 2018

Así paga el diablo


"...el desguace del Ejército parece que recién comienza, pues se anunciaron las disoluciones de otras, como la Compañía de Cazadores de Monte 19 de Formosa, y la Brigada de Monte III de Resistencia, Chaco.

¿Habrán comenzado a entender los uniformados que así paga el diablo, aunque se lo haya confundido con “un ángel salvador”?..."



No es un secreto para nadie, y fue incluso comentado extensamente por varios analistas políticos muy bien informados ¿o informantes?, como Rosendo Fraga, el “Turco” Asís y otros, quienes afirmaron contundentemente que casi la totalidad de los uniformados y sus familias, apoyaron enfáticamente al macrismo, e incluso amplias franjas de ese sector, continúan apoyándolo, sin importarles o en muchos casos sin tener conciencia alguna de las viles entregas de soberanía que perpetra en rápida e interminable sucesión… además de los destrozos claramente intencionales en lo económico y lo social.

La amplia mayoría de los uniformados se consideran “muy patriotas”, pero ese patriotismo meramente formalista en muchos casos se agota en exterioridades, como rendir culto al himno y la bandera…mientras que con ceguera conceptual total apoyan el desguace generalizado en perpetración, el cual claramente nos lleva a la disolución nacional, si no se encuentra el medio de ponerle freno. O sea practican lo opuesto al más elemental patriotismo.

Eso puede calificarse como esquizofrenia patriotera, instalada fuerte y crecientemente desde 1955, en los uniformados que fueron formateados en el liberalismo económico, como supuesto “único pensamiento económico correcto”.
Esa actitud de patriotismo que se agota en los formalismos, es el patrioterismo de bandera, el mismo que el Dr. Julio Carlos González (patriota a carta cabal y ex preso político del infame “proceso” en siete largos años), llamó “el patriotismo cromático y musical.

Como sus esquemas de pensamiento están férreamente formateados en paradigmas inculcados en los años ‘70 por las hoy llamadas Potencias Atlantistas, en su gran mayoría esos disvalores, antes erróneos o tergiversados, hoy ya son muy anacrónicos; y como además sus conocimientos en asignaturas elementales para comprender la realidad, son muy pobres o incluso inexistentes en muchos casos, se puede constatar que salvo honrosas excepciones, están mentalmente anclados en los años ’70; incluso bajo una “lógica” cerradamente binaria (amigo-enemigo, sin matices ni iniciativa para razonar con objetividad), según la cual todo lo que no cuadre con los dogmas asumidos como “verdades incuestionables”, pasan a ser “altamente sospechosos” de “comunistas” y/o de guerrilleros declarados.

Por otra parte, es casi moneda corriente que se refieran en forma burlona o despectiva, a “los políticos” –desconociendo que los uniformados que usurparon el poder –para gobernar manejados por el establishment, como Videla y otros- y los que presionaron casi constantemente, en muchos casos en forma abierta (como contra Frondizi y M. E. M. de Perón), han hecho política, pues política es todo lo relacionado con el gobierno.

También es muy frecuente que afirmen “estar por sobre las ideologías y las doctrinas”, a las que muchos dicen despreciar, como si fueran parte de un sector impoluto, libre de culpas y sin contacto con la realidad. Pero evidentemente no se dan cuenta que son el soporte permanente de la ideología política  ultra 
conservadora –incluso reaccionaria- en lo político; y de la ideología liberal (hoy neoliberal) en lo económico. En cuanto a la supuesta situación “puramente profesional y más allá de toda doctrina” como proclaman algunos desinformados o maliciosos con cerrado espíritu de casta, lo real y concreto es que al menos desde 1955 han sido la guardia pretoriana de la doctrina económica liberal –con pocas y muy honrosas excepciones-, doctrina que es antinacional por definición.
Bajo esos enredos profundos, y a consecuencia de años de “pensamiento correcto” inculcado y además excluyentemente reafirmado entre sus pares; es muy frecuente que se refieran con supuesta suficiencia y marcado desprecio al peronismo y a todo lo que se identifique con el Pensamiento Nacional. Pero ni se les suele ocurrir razonar o cuestionarse el liberalismo económico rampante al cual se incluyen, muchos sin tener conciencia clara de ello.

En ese aquelarre de profundas confusiones, y básicamente por el profundo rechazo visceral al peronismo (justificado malamente por una catarata de prejuicios muy superficiales y de muy baja estofa), fue casi “natural” que apoyen fervorosamente a Macri, haciendo caso omiso de su prontuario y no deteniéndose a razonar las previsibles consecuencias del neoliberalismo que claramente iba a reinstalar, en su versión más descarnada y salvaje.

Aparentemente impertérritos, y revestidos por una gruesa capa de prejuicios largamente instalada, continuaron apoyando los desmanes económicos y sociales, a diario acentuados por el macrismo, sin analizar jamás un indicador económico y social seriamente respaldado por datos veraces (todos ellos dan evidencia del desastre generalizado intencionalmente provocado por el apátrida neoliberalismo hoy en el poder formal), pero en cambio repiten rápida y agresivamente un puñado de prearmadas frases o pequeños relatos, muy puntuales y amañadamente presentados como acusatorios contra todo lo que pueda siquiera rozar lo Nacional y Popular. Frases o relatos aceitadamente distribuidos “a la tropa” para mantenerla bien subordinada a la ideología económica liberal, siempre “convenientemente” revestida de formalidades “patrióticas”.

No solo no parecieron incomodarles en lo mínimo, los ataques a la infraestructura y patrimonio específico de las FFAA (casos de cierre de Fanazul; incautaciones perpetradas o en marcha de valiosas propiedades de las FFAA, como Campo de Mayo y otras; cierres de institutos de formación, como el Centro de Adiestramiento de Prefectura ubicado en San Javier, Misiones, etc.); sino que ni parecieron conmoverse en nada, ante las muy viles acciones de entrega de soberanía desembozadas y alevosas, perpetradas en continua sucesión por el actual gobierno neoliberal, claramente subordinado a los británicos.

Incluso algún supuesto “héroe de guerra” –pudo serlo o no, desconozco- (Roberto Curilovic) –con odio a “los políticos” y con evidente sentido de casta militaroide liberal- salió a pretender justificar el abyecto mensaje del embajador en Londres, que reconoce soberanía a los usurpadores británicos. El veterano de guerra, evidentemente muy confuso, bajo un enrevesado argumento de mezclarlo con las tareas de identificación de los muertos argentinos enterrados en Malvinas, lo cual es otro tema, claramente, justifica la actitud deplorable del diplomático argentino funcional a los británicos. ¿No se da cuenta de algo tan elemental el militar retirado, o es que en su nube de confusiones ya no razona debidamente?

Son muy frecuentes los extravíos geopolíticos y doctrinales, de muchos veteranos de guerra, que terminan haciendo hoy el juego a los intereses británicos, evidenciando profunda colonización mental y escasez de conocimientos. Pero ese ya es otro tema.

Volviendo a lo analizado, en el contexto de aceptación pasiva del desguace nacional y de la destrucción del patrimonio militar, incluso con reiteradas opiniones de apoyo al macrismo por parte de muchos retirados claramente saturados de ideología militar procesera (o sea apátrida, aunque no se den cuenta muchos de ellos), sin embargo sucedió algo inesperado o “fuera de libreto”.

En el acto en el que se anunció formalmente la disolución de la Compañía de Cazadores de Monte XII, con sede en Apóstoles, Misiones; (unidad reconocida por su alto grado de capacitación) –dispuesta como puñalada por la espalda por el gobierno nacional al que apoyaron tan fervorosa e irracionalmente-, el oficial que pronunció el emotivo discurso, se emocionó casi hasta las lágrimas.

Y el desguace del Ejército parece que recién comienza, pues se anunciaron las disoluciones de otras, como la Compañía de Cazadores de Monte 19 de Formosa, y la Brigada de Monte III de Resistencia, Chaco.

¿Habrán comenzado a entender los uniformados que así paga el diablo, aunque se lo haya confundido con “un ángel salvador”? ¿O seguirán inmersos en sus profundas confusiones conceptuales, con las que –salvo honrosas y aparentemente pocas excepciones- continúan anclados en los años ’70, e incluso apoyando a los que están perpetrando la disolución nacional?

¿O será que por mantener un conchabo más o menos bien pago y el espíritu de casta, parecería que para algunos, el auténtico patriotismo y la concreta Defensa de la Soberanía fueron tirados al arcón de lo perimido y desechable, para ser olvidados para siempre?

Todo eso muy lejos de los ejemplos señeros de grandes militares patriotas que Argentina supo tener, y el pueblo apreciar y respetar.


Carlos Andrés Ortiz
22 Diciembre, 2018
Analista de Temas Económicos y Geopolíticos

Fuente: Economis

9 de diciembre de 2018

Chalecos amarillos ¿fascistas?

Asustando a la gilada

...La mitad de las reclamaciones de los Chalecos Amarillos corresponden al programa del Frente Nacional de Le Pen y un tercio al de la Francia Insumisa de Malenchon...






EL PARÍS DE LOS CHALECOS AMARILLOS
José Javier Esparza
09 diciembre, 2018

Lo que está pasando en Francia no se puede decir


París. Una crónica a pie de calle 

Lo que está pasando en Francia no se puede decir. Porque, si lo dices, todo el establishment se te echa encima y te llama fascistaComo no se puede decir, se silencia. Pero el silencio no hace que el problema desaparezca, al revés: lo mete bajo tierra y lo hace engordar hasta que estalla, y de manera imprevisible. Entonces todo el mundo lo ve, pero nadie sabe ya su nombre. Y como ya nadie sabe su nombre, tampoco se puede decir. Solo queda el escombro de las calles rotas y el negro de los incendios, y también la cólera que volverá a despertar.

Macron y la gasolina

Empecemos por el principio. A comienzos de 2018, el presidente Macron evalúa los aprietos financieros del Estado y decide subir aún más el precio de los carburantes en las gasolineras: es una medida que le reportará una gran cantidad de ingresos netos, vía impuestos indirectos, y que podrá maquillar perfectamente en nombre de la lucha contra el cambio climático. Macron, sí: el mismo que había suprimido el impuesto sobre las grandes fortunas nada más llegar al poder. Pero el pasado mes de mayo, una vendedora de cosméticos, Priscilla Ludovsky, lanza en las redes sociales una petición para que baje el precio de los carburantes: si se trata de luchar contra las emisiones contaminantes -se pregunta Patricia-, ¿por que se sube el precio sólo para los automovilistas, y no para los combustibles del transporte aéreo y marítimo? En realidad estamos ante una subida camuflada de impuestos. Y eso en un país donde los ingresos por impuestos ya representan un 18,7% del PIB (en España es el 9%) y cuyos ciudadanos soportan el mayor esfuerzo fiscal de la Unión Europea: cada francés destina una media del 57,41% de sus ingresos a pagar impuestos (en España, la cifra, altísima, está algo por debajo del 50%). ¿Para quién gobierna Macron? ¿Por qué elimina el impuesto a los ricos y, por el contrario, sube los impuestos a la depauperada clase media?

Y ahora viene la pregunta más incómoda: ¿Dónde van a parar esos impuestos? Porque la percepción general es que el dinero de los impuestos se pierde en unos servicios sociales colapsados, mal gestionados y precarios, a todo lo cual no es ajena la llegada de cientos de miles de inmigrantes ilegales en los últimos dos años. Datos de este verano: sólo en el área de Sena-Saint Denis, al noreste de París, la cifra de inmigrantes clandestinos alcanza el número de… ¡400.000 personas! En esa región de la connurbación parisina hay un 28% de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. Pero, ¡cuidado!, ya hemos tocado dos líneas rojas: una, la de las políticas “climáticas”; otra, la de la inmigración.

La Francia de a pie… en coche

Porque esto tampoco se puede decir, por supuesto. Y sin embargo, existe. El jueves, recién llegado a París, me dio por caminar desde Denfert-Rocherau, donde te deja el autobús del aeropuerto de Orly, hasta el municipio de Le Kremlin-Bicetre, a las afueras de la capital. Ocho kilómetros de aglomeración urbana, a pie enjuto, donde el cartel más habitual es “Carnicería Halal”, para el consumidor musulmán. La perdida de poder adquisitivo se puede cuantificar; la pérdida de identidad, no, pero no por ello deja de ser dolorosa. Lo acaba de recordar Robert Menard, alcalde de Beziers, fundador en su día de Reporteros sin Fronteras y, hoy, una de las figuras más destacadas de la “derecha transversal” francesa.


... Sólo en el área de Sena-Saint Denis la cifra de inmigrantes clandestinos alcanza el número de… ¡400.000 personas! ...


Esta pérdida de identidad no es sólo étnica: es, también y sobre todo, política. Por decirlo en dos palabras, cada vez menos franceses se reconocen en el modelo político vigente. Crece la sensación de que la República se ha convertido en el cortijo de una casta político-económico-mediática que vive cada vez más alejada del ciudadano común. Este es un proceso de fondo que viene de tiempo atrás, que se ha traducido en el crecimiento exponencial del Frente Nacional y en la aparición, en el ala izquierda, de la Francia Insumisa, pero que en realidad se mueve por debajo de los partidos y de las convocatorias electorales. Donde más visible se hace este proceso es seguramente en las provincias, fuera de París: allí es donde más se palpa la impresión de haber sido dejados de la mano de Dios, y allí es donde más ha arraigado el fenómeno de los Chalecos Amarillos.

Sigamos: el 18 de octubre, una ciudadana desconocida, Jacline Mouraud, lanza en facebook un video que hace furor donde denuncia la política de “caza al automovilista” del Gobierno francés: subida de la gasolina, persecución de los coches diesel, aumento de todas las tasas, proliferación hasta el infinito de radares sancionadores, peajes para entrar en las ciudades… ¿Qué ha hecho el conductor francés para merecer esto? Y sobre todo, ¿qué quiere hacer Macron con todo ese dinero? ¿Una piscina en el Eliseo?, se pregunta madame Mouraud. En otras condiciones, el vídeo de esta mujer no habría pasado de ser una talentosa interpelación de una ciudadana cualquiera a un Gobierno depredador, pero, en el ambiente social que se vive hoy en Francia, fue la chispa que encendió el fuego. Millones de franceses se vieron reconocidos en la protesta. El 17 de noviembre se produjo la primera manifestación masiva: gentes del común, lo mismo franceses de cepa que hijos de inmigrantes, de izquierdas o de derechas, todos unidos por la exasperación de una clase media que ya no puede más. Sin partidos, sin sindicatos. Como símbolo, un chaleco amarillo como el que todos tenemos en nuestro coche (en francés, gilet jaune), esa prenda cuyo único mensaje es “Yo conduzco”. Y desde entonces, cuatro fines de semana consecutivos de protestas que no han dejado de crecer en intensidad y extensión, y que este sábado han traspasado incluso las fronteras de Francia.

Cuatro fines de semana, sí. Y los que vendrán, porque esto se ha ido ya de madre. La principal responsabilidad fue de Macron, porque el presidente, subido en una nube de soberbia cada vez más densa, optó por desdeñar las protestas de los Gilets Jaunes. Haciéndole coro, todos los grandes medios de comunicación y la mayoría de la clase política entraron en el discurso oficial: “las medidas fiscales son necesarias (por el cambio climático, ya se sabe) y las protestas obedecen a oscuras motivaciones”, venían a decir. La peor de las respuestas posibles a un problema que va mucho más allá de la gasolina y que arraiga bien hondo en la conciencia política de los franceses. La semana pasada, las encuestas decían que cerca del 80% de la ciudadanía veía con simpatía el movimiento de los Chalecos Amarillos. Sólo entonces el Gobierno rectificó proponiendo una moratoria en los nuevos impuestos. Pero era demasiado tarde. Como por justicia poética, mientras los Chalecos Amarillos convocaban su nueva movilización, Macron anunciaba un viaje a Marrakech para firmar el pacto de la ONU sobre migraciones. Una vez más se hacía visible qué preocupa a cada cual, la inmensa fosa que separa a la clase dominante y a los ciudadanos. Y Macron, también una vez más, acabó rectificando y canceló su viaje. Y también aquí era ya demasiado tarde.

La “extrema derecha”

El movimiento de los Gilets Jaunes es una protesta social transversal, sin patrocinios políticos ni sindicales. Ningún partido del sistema puede apadrinar una protesta que no tiene nada que ver con los discursos habituales del feminismo, el cambio climático, la integración de los “refugiados”, etc. El Frente Nacional de Marine Le Pen le ha expresado su simpatía, pero a distancia, y la Francia Insumisa de Melenchon, después de un intento de acercamiento, ha optado por retirarse porque su líder salió descalabrado. Como no hay posibilidad de “recuperar” al movimiento para el mundo político oficial, ni siquiera en sus márgenes, la mayoría mediática, que tiene horror al vacío, opta por recurrir a la etiqueta maldita: son “extrema derecha”. Y no, no es verdad.

“Nadie sabe quiénes son los Chalecos Amarillos ni cómo se están organizando. En realidad los Chalecos Amarillos somos todos”, dice Martial Bild, director de la cadena de televisión independiente TV Libertés. Lo sabían nuestros clásicos: “¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor”. Por cierto que el panorama de la libertad de expresión en Francia está seriamente erosionado (un estudio reciente señalaba a Francia como el país occidental con menos libertad de expresión) y TV Libertés ha tenido que recurrir a Internet para poder emitir. También esto forma parte del paisaje de crisis que vive el país, de ese creciente divorcio entre los ciudadanos y la clase dominante, clase a la que pertenecen la mayoría de los medios de comunicación.


"...También todos vimos el sorprendente empeño de la mayoría de los medios por presentar como “extrema derecha” a los grupos de antisistemas que enarbolaban banderas anarquistas..."


Después de la manifestación anterior, la del 1 de diciembre, el fenómeno explotó. La violencia se desató en las calles. Todos vimos las imágenes. También todos vimos el sorprendente empeño de la mayoría de los medios por presentar como “extrema derecha” a los grupos de antisistema que enarbolaban banderas anarquistas. En la televisión, la casta dominante político-mediática cargaba unánimemente contra los Gilets Jaunes, desde el filósofo millonario Bernard-Henry Levi hasta el ex revolucionario Daniel Cohn-Bendit, el célebre “Dani el Rojo” de Mayo del 68. “Soy alérgico al color amarillo, y no es difícil saber por qué”, clamaba Daniel en una cadena de radio. “¡Por la estrella amarilla de los judíos perseguidos por los nazis!”, respondía, aplicado, el conductor del programa. “Exactamente”, ratificaba el ex revolucionario, triunfal. Y bien, he aquí lanzado ya el anatema: Chaleco amarillo = Fascismo. ¿Y hay algo de fascista en los GJ? Sí, claro: los contestatarios se oponen a las sabias y humanitarias decisiones de un poder que sólo vela por nuestro bien, y eso es fascismo, es decir, ese fascismo genérico en el que entran hoy todos los que disienten del dogma oficial.

La nota dominante de esta última semana, hasta ayer mismo, ha sido el intento del Gobierno francés y de la mayoría mediática, valga la redundancia, por atribuir a la “extrema derecha” la violencia de las manifestaciones. En el ejercicio, la prensa ha llegado a límites de ridículo verdaderamente bochornosos, como considerar “fascista” la Cruz de Lorena, que fue el símbolo elegido por el general De Gaulle para llamar a la resistencia en 1941 y que algunos manifestantes exhiben estos días en sus banderas tricolor (y que, por cierto, incluso Macron ha añadido ahora a su blasón presidencial), o alertar de la presencia de grupos monárquicos al ver una bandera con la flor de lis, ignorando que era la bandera regional de la Picardía, que lleva, en efecto, la flor de lis. Son sólo dos ejemplos de adónde estamos llegando.

La violencia

“Chalecos Amarillos somos todos los ciudadanos, creo yo”, me dice también madame Aude Dugast, una típica universitaria parisina que llega a nuestro encuentro cerca de Notre Dame a bordo de su bicicleta. “El problema son los casseurs -me matiza-, y esos no son Chalecos Amarillos”. ¿Los “casseurs”? Bien, expliquemos someramente la cuestión. Desde hace muchos años, Francia en general y París muy en particular viven episódicas oleadas de violencia urbana. En el origen de esa violencia hay dos “tribus”, valga el término, muy bien caracterizadas. Una es lo que aquí llaman la “racaille”, o sea la chusma, que generalmente coincide con la población marginada de los barrios de la periferia de París, casi unánimemente inmigrada en los últimos quince años, y que ha creado en sus dominios auténticas “no go zones” donde la policía ni va. Cuando hay bronca, la racaille emerge con enorme violencia y se dedica al saqueo y al pillaje, generalmente ondeando banderas de sus países (Argelia, Mali, etc.). Además de la “racaille” están los “casseurs”, y estos son otra historia: son los black bloc, los grupos anarquistas antisistema, y por regla general no vienen de barrios marginales, sino que son los hijos descontentos de la buena sociedad. “Casser” quiere decir romper, interrumpir, cortar, y eso es exactamente lo que hacen. Así que cuando hay trastornos del orden, como ha ocurrido en las manifestaciones de los Chalecos Amarillos, llegan los casseurs y aprovechan la circunstancia para multiplicar la violencia, y enseguida aparece la racaille que saca partido del caos y arrasa con lo que puede, y es prácticamente imposible retomar el control.

El pasado fin de semana hubo más de setenta detenciones. Se detuvo a esos Chalecos Amarillos por llevar sprays de pintura -algo sorprendente en una ciudad llena de pintadas- y petardos. Sólo uno tenía antecedentes; todos los demás eran ciudadanos comunes. Sobre todos han recaído penas de cárcel. Curiosamente, no se detuvo a ninguno de los que realmente causaron las violencias que todos vimos en la tele. ¿Cómo no va a crecer la exasperación?

Como el Gobierno no puede decir que los responsables de la violencia son jóvenes marginados de los barrios inmigrantes, porque sería muy políticamente incorrecto, la casta dominante se ha inventado un eufemismo significativo: francilien, o sea, “franciliano”. Francilien es un neologismo introducido hace muy pocos años para designar a los residentes en Ile de France, la gran región urbana de París, con más de doce millones de habitantes, y donde se acumula la mayor parte de la inmigración del país. Y así, por obra y gracia del eufemismo, que tiene estas cosas, ahora ya sabremos de quién se trata cuando el Gobierno diga “franciliano”: no de un habitante cualquiera de la Ile de France, sino de un inmigrante.

Hay Chalecos Amarillos para rato

La llegada de los casseurs y de la racaille eran el gran temor de todo París el viernes, hasta niveles de psicosis social realmente notables. Ejemplo de campo: en casa de unos amigos, en el París rico, llega una niña muy asustada porque en el colegio le han dicho que los Chalecos Amarillos han robado fusiles y van a asaltar las casas. En realidad, se trataba simplemente de un asalto rutinario a una armería que no tenía nada que ver con los Gilets Jaunes. Pero este bulo, como otros muchos, corrió hasta el punto de que miles de vecinos de los barrios del centro (Arco del Triunfo, Ile de la Cité, Bastilla, etc.) cogieron sus bártulos el sábado bien temprano y abandonaron la ciudad.

Cenando esa noche en el Grand Colbert, uno de los mejores clásicos de la gran cocina francesa, muy cerca del Louvre, miraba uno alrededor y veía a la Francia que no lleva chaleco amarillo, la que apenas se siente concernida por la crisis, sin la exasperación de esa otra gente, la de a pie, que va a seguir pagando impuestos salvajes para que Macron combata el cambio climático mientras su gobierno firma el pacto de la ONU para las migraciones, cosa que tiene mucho mérito para un país y para un París donde ya no cabe nadie más. Hace apenas cinco años, muchas de esas familias de clase media podían permitirse cenar en el Grand Colbert una vez cada tres meses, por ejemplo. Hoy ya nadie puede permitirse esas alegrías.

Esta mañana, sábado 8 de diciembre, París parecía desierto. Furgones policiales por todas partes, tanquetas, comercios cerrados, 8.000 policías patrullando la ciudad. Poco a poco, sin embargo, la gente empezó a abrir sus tiendas fuera de las zonas de riesgo. Numerosos comercios habían colgado chalecos amarillos en los escaparates. También había chalecos bien visibles, exhibidos en el salpicadero, en muchos de los coches que circulaban por la ciudad. Porque los Chalecos Amarillos son estos, no la racaille ni los casseurs. Macron ha retrocedido en su subida de la gasolina, pero los Gilets Jaunes piden más: quieren que baje el brutal esfuerzo fiscal ciudadano, que se reintroduzca el impuesto sobre las grandes fortunas, que se mejoren las pensiones… Le Monde ha examinado el conjunto de las reclamaciones de los Chalecos Amarilos y ha concluido que la mitad corresponden al programa del Frente Nacional y un tercio al de la Francia Insumisa. La izquierda ya ha anunciado que presentará en breve una moción contra Macron. Nadie le arrienda la ganancia, porque lo que está bullendo en la calle no se va a calmar ni siquiera con eso.

Cocotte minute: esa es la expresión que se usa en francés para decir “olla a presión”, y ese es exactamente el retrato perfecto de la sociedad francesa en este momento. Un enorme malestar se acumula sin que la clase política sepa entenderla y sin que la clase mediática sepa explicarla. Hay quien evoca una atmósfera semejante a la revolución de 1848. El veterano Xavier Rauffer va más lejos: “A lo que más se parece esto es a Rusia en febrero de 1917”, dice. Fue la revolución que derrocó al zar.