Había una vez una izquierda, especialmente el estalinismo, que llamaba a construir frentes populares antifascistas. Era fascista, por lo tanto, todo aquel que se negara a entrar en esas alianzas.
Luego fueron los "progres" en general, los que acusaban de "fachos" a todos aquellos que no compartieran su "moderna" visión del mundo. Así vemos, por ejemplo en España, que son fachos quienes dicen cosas tan anticuadas como "Los niños tienen pene, las niñas tienen vagina"
A su vez, durante la Guerra fría, todos quienes no se sometieran a los dictados del capitalismo dirigido desde la Casa Blanca, faro rector del "Mundo libre", eran acusados de comunistas.
Pero un dia... se derrumbó el Muro de Berlín, se esfumó la Unión Soviética. La República Popular China se integra perfectamente con el mundo capitalista, a tal punto que la vieja potencia hegemónica le teme más como competencia dentro del capitalismo que por ser "comunista". Con el tiempo, muerto el "cuco" Fidel y pasado a retiro su decrépito hermano, la Revolución Cubana, decrépita también, dejó de ser modelo para la izquierda del Tercer Mundo, que desapareció al desaparecer el segundo. El Che Guevara sobrevive en banderas y remeras, usadas por jóvenes que no tienen la menor idea de sus luchas y huirían espantados si alguien pusiera al Che real como modelo a seguir.
Resultado, el mote de comunista ya no asusta a nadie. El hipercapitalismo globalista necesita crear un nuevo enemigo. Entonces, será fascista ahora todo lo que de alguna manera se oponga a la globalización.
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EL DISCURSO ANTIFASCISTA:
La nueva estrategia de la derecha neoliberal en Europa y EEUU
El periodista y escritor británico, Andy Robinson, explica la nueva táctica neoliberal frente al adversario político: llamar a todos nazis y fascistas. La lista es extensa: desde Trump a Putin, pasando por Hugo Chávez, Jeremy Corbyn y Sanders. Esta perversa apropiación del discurso antifascista, fabricada en algún think tank de EEUU, se extiende rápidamente por Occidente. Robinson retrata el uso que en el Reino Unido, hacen los seguidores del ex primer ministro Tony Blair para atacar a Jeremy Corbin. En el estado español, la derecha -que es heredera del franquismo y además, lo reivindica- tiene el cinismo de llamar “nazis” y “fascistas” a los líderes independentistas catalanes. Hasta algunos dirigentes del PSOE han sido capaces de semejante infamia.
Montserrat Mestre03/08/2018
El “antifascismo” de los Clinton y los Blair: una advertencia
No les basta con decir que Hugo Chávez era un populista con tendencias fascistoides. Tienen que dejar caer que Corbyn lo es también: es la nueva estrategia para frenar a la izquierda
ANDY ROBINSON / CTXT
En los años treinta quienes escribían libros sobre cómo organizar la lucha contra el fascismo eran Leon Trotsky o Antonio Gramsci. Qué pena que la élite en Londres, París y Washington en aquellos tiempos –los Madeleine Albright de los años treinta– no les hicieron caso. Pero advertir hoy contra el peligro inminente del nazismo –bien sea atribuido a Donald Trump, Vladimir Putin o a los populistas de la izquierda– es de rigor para aquellos demócratas clintonistas y nuevos laboristas que, en los años noventa, desregularizaron los mercados financieros, desmantelaron el sistema de protección social y debilitaron a los sindicatos.
Albright ve fascismo por todas partes en su libro Fascismo, una advertencia que Paidós acaba de editar en España: Donald Trump supuestamente es un precursor del populismo que, tras una recesión o una catástrofe natural, puede convertirse en fascismo. El brexit también. Es más, hay que olvidarse de las etiquetas de derecha e izquierda porque el fascismo se esconde en todas partes. Es lo que pasó en Venezuela. “Hugo Chávez se convirtió, yo diría, en un fascista”, dijo Albright al New York Times. Vladimir Putin se hizo fascista tras “echar un vistazo en el manual totalitario de Stalin”. Trotsky, asesinado por un estalinista pero muy consciente de la diferencia entre el ejército rojo y las SS, se habría desesperado al leer un análisis tan superficial.
Pero Albright, y sus aliados clintonistas, tras tantos años de verse forzados a defender el sistema, están disfrutando. Sienten, por fin, el fuego de indignación moral en sus vientres. Además, esa pasión antifascista crea nuevas oportunidades políticas en un momento en el que todo parecía perdido para los trianguladores de aquella tercera vía. Tras contemplar el abismo, acaban de ver su salvación en la lucha contra un fascismo mal definido. ¡No pasarán! Por fin, Madeleine Albright puede sentise una luchadora.
¡No pasarán! Por fin, Madeleine Albright puede sentise una luchadora.
En el Reino Unido, el delirante debate político se parece cada vez más al estadounidense, quizás debido a la americanización de la élite londinense (solo hace falta ver medios como The Guardian, y The Daily Mail, que tienen más lectores en EEUU que en su propio país). Pero aquí, el centro neoliberal se lo juega todo. El caos que ha sembrado el brexit en el partido conservador ha creado el riesgo inminente de un Gobierno laborista bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, defensor acérrimo desde hace décadas de los derechos de las víctimas de las políticas y las guerras de Tony Blair y Madeleine Albright. Por si eso fuera poco, se acerca la hora del juicio del brexit, una catástrofe para los bancos de la City londinense y las multinacionales del FTSE 100 que hay que impedir como sea. Pero ¿cómo frenarlo? El establishment ya no cuenta con un partido fiable que vele por sus intereses desde aquellos años maravillosos de Tony Blair y David Cameron. Corbyn defiende el brexit y no quiere un segundo referéndum.
Así que no basta con decir que Hugo Chávez era un populista con tendencias fascistoides. Hay que dejar caer que Corbyn lo es también. En una entrevista emitida en Channel Four hace un par de semanas, Blair se sacó de la manga la trillada palabra P (populista) en referencia a Corbyn. Planteó que existe ya una agenda común entre la derecha y la izquierda extremas en favor del brexit. Con el apoyo, por supuesto, de Donald Trump, los rusos y Cambridge Analytica. “Es muy llamativo que tanto la ultraderecha como la extrema izquierda apoyan a Putin”, dijo el ex primer ministro, responsable de crímenes en Irak, ahora multimillonario consejero de bancos e inversión y multinacional.
Para insistir, Blair repitió las acusaciones de antisemitismo lanzadas contra Corbyn, un veterano de la lucha contra el racismo, porque no apoya incluir en el nuevo código contra el antisemitismo del partido laborista la prohibición de toda crítica a Israel tal y como estipulan las normativas de la Asociación Internacional del Holocausto. Margaret Hodge, la ex ministra blairista que votó en favor del bombardeo de Bagdad, arremetió contra Corbyn en el parlamento tachando al líder laborista de “jodido racista antisemita”. Es lo que te pasa si defiendes los derechos de los palestinos ante los de los francotiradores.
Detrás de todos estas ideas descabelladas –que los rusos y Julian Assange decidieron los resultados de las elecciones en EEUU o que Jeremy Corbyn es un antisemita– se esconde un choque ideológico de enorme envergadura. Los clintonistas y los blairistas ya se preparan para la última batalla contra la nueva (vieja) izquierda de Corbyn y Bernie Sanders, y contra los emergentes movimientos socialistas Momentum en el Reino Unido y los Socialistas Democráticos de América (como Alexandria Ocasio-Cortez, elegida candidata demócrata por el Bronx y Queens) en EEUU.
Y las tácticas serán de las más sucias. Los blairistas, con el apoyo de los bancos en la City, ya han elaborado la siguiente estrategia: resaltar una similitud entre Corbyn y Nigel Farage por el agnosticismo del líder laborista respecto al brexit. Échale un poco de antisemitismo a la acusación y ya tienes a alguien que Albright puede incluir en la segunda edición de su libro.
Mientras, en Estados Unidos se irá avanzando con el Rusiagate, una distracción gigantesca frente a los verdaderos problemas que sufren los estadounidenses bajo la administración de Trump. Putin es un fascista/estalinista capacitado para regalar elecciones a sus aliados. Si no enterramos nuestras diferencias y apoyamos todos a la CIA y a Hillary Clinton (o a quien sea su reencarnación), vamos a repetir los errores trágicos de los años treinta. Si no estás de acuerdo, (te dicen que) allanas el camino al fascismo.
Cuesta creer que la cínica jugada de secuestrar el discurso antifascista para volver al pasado clintonista/blairista va a funcionar. En Estados Unidos, el Rusiagate no interesa a nadie menos los editorialistas del Washington Post y el New York Times. Lo que sí importa es la defensa de las subidas de salarios y la creación del sistema de sanidad pública que propone Alexandria Ocasio-Cortez. Como sugirió en su primera comparecencia con Sanders en Kansas la semana pasada, esto es lo que uniría a la white working class con el resto de la clase trabajadora en EE. UU.
Los laboristas lideran los sondeos porque Corbyn es el único político que ha logrado poner un puente sobre el abismo del brexit. Cuenta con el voto de la mayoría aplastante de los votantes remainers de izquierda, quienes, más que amar a la Unión Europea, temen un brexit de hiperliberalismo anglosajón mezclado con nostalgia por el imperio al estilo de Boris Johnston. Pero Corbyn cuenta también con parte del voto del brexit obrero y se niega a adoptar el discurso de que el respaldo al brexit es el de la ignorancia y el prejuicio. Hay un componente nacionalista ya en el discurso corbinista que recuerda un poco a la izquierda latinoamericana, ahora encabezada por Andrés Manuel López Obrador, amigo de Corbyn. El líder laborista pronunció hace una semana un discurso titulado Build it in Britain again en el que defendió la industria nacional, salarios protegidos por fuertes sindicatos nacionales y el papel del Estado de apoyar a la empresas británicas de la economía productiva. Defendió también la nacionalización de los monopolios de servicios públicos. La palabra “nación” en su discurso entronca con las conquistas sociales y laborales del siglo XX, no con el imperio. Ese es el tipo de brexit que todos los votantes laboristas apoyarían, sean del remain o del brexit, y podría llevar a Corbyn a Downing Street. Por eso, será tachado en los medios blairistas de populismo autoritario: un “primer paso hacia el fascismo”.
Fuente: pajarorojo
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